martes, 30 de octubre de 2012

Vampiros en Salta

Dr. Ricardo Alonso, 8/Oct/2012 para El Tribuno

Doscientos vacunos acaban de morir en el departamento de General Güemes a causa de la rabia paresiante, una enfermedad infecciosa transmitida por el murciélago hematófago Desmodus rotundus. Este murciélago se alimenta de sangre de animales de sangre caliente a los cuales infecta a través de sus mordeduras. Vacas, caballos, cabras y aún el hombre pueden ser sus víctimas. La rabia paralítica de los bovinos es endémica en zonas tropicales como el norte de nuestro país. De acuerdo con los estudios de los veterinarios los signos clínicos aparecen después de un período promedio de incubación de tres semanas y comienzan con debilidad de los miembros posteriores, combamiento y balanceo de los cuartos traseros al caminar, sigue con incoordinación de movimientos y salivación. Luego el animal se echa, comienza la parálisis progresiva y la incapacidad para levantarse. La muerte llega después de 5 ó 6 días de comenzado los síntomas clínicos. No hay tratamiento médico eficaz, solo el aislamiento de los animales sospechados y confirmación post mortem a partir de la necropsia que debe ser realizada por un profesional veterinario con la posterior remisión de muestras de tejido nervioso y la denuncia del caso a la entidad sanitaria correspondiente. La prevención se realiza vacunando a los animales en las zonas endémicas con vacunas a virus muerto neutralizadas. En la década de 1960 hubo una extraordinaria mortandad de ganado producida por un vampiro de las selvas salteñas que amenazó con extenderse al resto del país. En Salta se fabricaron vacunas, se usó tecnología de la NASA y un científico ofrendó su vida en la lucha contra la epidemia. Una historia heroica y casi olvidada que tratamos de reproducir en este artículo. En los años sesenta, decíamos, se libró en Salta una lucha épica contra una peste terrible transmitida por el vampiro selvático Desmodus rotundus. Uno de los actores de aquellas jornadas que pusieron en vilo a la región fue el Dr. Domingo Jakúlica, nombrado por el ejecutivo provincial de entonces mediante el decreto N° 8.932 del 23 de Agosto de 1963 con la tarea de ayudar a combatir el avance de la epidemia dado su amplio conocimiento de la selva logrado en sus años de investigación petrolera. Jakúlica presidió en vida la Fundación Selva Tropical y Alta Cuenca del Río Bermejo y fue el primero en alertar sobre la posible entrada de ganado furtivo con aftosa desde territorio boliviano. En otras oportunidades hemos alertado sobre el peligro que encierran los animales que ingresan sin control en la región selvática del NOA y más precisamente en un área de biodiversidad protegida como es la del Parque Nacional del Baritú. El presente artículo se basa en un documento inédito de Jakúlica titulado “La lucha contra la rabia paresiante en Salta” del cual hemos tomado los conceptos fundamentales. Lo concreto es que por aquellos años a comienzos de la década del sesenta se produjo una enorme mortandad de ganado que puso en evidencia la aparición de una epizootia de virulencia extrema que pronto sería catastrófica. El paisaje era en todas partes igual, esto es miles y miles de animales muertos, cuervos revoloteando y cueros estaqueados secándose al sol. No se salvaban vacas ni caballos y la mortandad avanzaba como una ola incontenible desde el sur de Bolivia hacia el sur sembrando los campos de osamentas. Lo único que les quedaba a los puesteros era la marca de los vacunos y la montura de los equinos. Un desastre que de continuar y alcanzar a la pampa húmeda habría significado el quiebre de la economía nacional. Para colmo de males el gobierno de Salta no contaba con vacunas y los intentos para conseguirlas en el país y en el extranjero fracasaron. La urgencia y la necesidad aguzaron el ingenio y se decidió fabricar vacunas artesanales en Salta. Los artífices fueron dos destacados profesionales veterinarios, los doctores Abel Retamoso Yepes (boliviano) y Céltico Rodríguez junto a un equipo de colaboradores dinámicos e incansables. El proceso de fabricación de la vacuna comenzaba con la inoculación del virus a caballos viejos y cuando estos morían (por “achuzamiento de las caderas”) se les abría el cráneo con una motosierra para recuperar los sesos a los cuales se disgregaba luego en una licuadora obteniendo una vacuna con una inmunidad de seis meses. Un año más tardaron en llegar vacunas canadienses con inmunidad para anual a partir de embrión de pollo. Esperarlas, hubiera sido el principio del fin y de allí entonces el enorme mérito de los profesionales locales. Ahora bien, las vacunas había que mantenerlas en la cadena de frío y llevarlas a las zonas más inhóspitas de los departamentos de Santa Victoria, Iruya, Orán, San Martín y Rivadavia. Allí jugó un papel esencial un habilísimo piloto de helicóptero, el santiagueño Carlos Coronel, quien al mando de un pequeño Bell muy maniobrable voló durante meses, todos los días, mañana y tarde, sobre serranías cubiertas de monte y bajando a cada rato en lugares inverosímiles. Pero además de vacunar había que atrapar los vampiros para exterminarlos. Para ello se tendían redes negras entre los árboles y se los capturaba al anochecer. Se liberaban los demás murciélagos no hematófagos (insectívoros, frugívoros, pescadores) y a los hematófagos se los sacaba de la red usando gruesos guantes de cuero para evitar la mordedura de sus dientes de tres cortes filosos como bisturí. Luego se los traía vivos a Salta donde técnicos de la NASA les colocaban pequeños transmisores adheridos al lomo. Los trasmisores pesaban sólo seis gramos y se los colocaba sobre el lomo afeitado de los murciélagos mediante un pegamento quirúrgico. Luego se los liberaba en donde habían sido capturados y se los seguía con receptores de radio direccionales hasta dar con las guaridas. Una vez ubicados eran eliminados con cianogas (cianuro de calcio), escape de gas de motores, o con escopetas de munición muy fina. Esta parte del operativo estaba a cargo del Dr. Abel Fornes, un joven científico mastozoólogo que había tenido una destacada actuación combatiendo la epidemia de fiebre hemorrágica (“mal de los rastrojos”) transmitida por ratones en la provincia de Buenos Aires. Mientras se desataba la lucha contra el vampiro se descubrió en un pozo abandonado de Santiago del Estero una importante colonia de estos murciélagos a los que se eliminó con cubierta de plástico y cianogás. A fin de comprobar y cuantificar la mortandad que se había logrado en ese lugar, el Dr. Abel Fornes fue bajado dentro del pozo sentado sobre una traviesa de madera sostenida por una cuerda portando una máscara aislante, linterna y cámara fotográfica con flash. A poco de bajar tiró reiteradamente de la cuerda como aviso de emergencia y al intentar izarlo cayó al vacío. La máscara había fallado y el Dr. Fornes ya estaba muerto. Había ofrendado su vida por la ciencia en una de las batallas más singulares que tuvieron lugar en territorio argentino. La lucha contra la rabia paresiante forma parte de una rica y poco conocida historia de nuestra región.

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