Dr. Ricardo Alonso, 28/mayo/2012 para El Tribuno
Los volcanes emblemáticos de la alta cordillera volcánica salteña son el Llullaillaco (6.739 m) y el Socompa (6.051 m). Ambos sirven como límite de las altas cumbres con el territorio chileno. No hay acuerdo sobre el origen del topónimo Socompa y distintos autores lo atribuyen unos al quechua y otros a la lengua atacameña, significando desde “terreno verde deleznable”, hasta “cabeza protegida”, “cuello largo” y “tierra que se estremece con el trueno”, entre otras (véase A. Cornejo, J. V. Solá, F. Figueroa). Lo interesante del Socompa es que es un volcán joven, bastante bien conservado y que forma parte de uno de los “seis mil”, en la jerga de los andinistas. Además presenta para la geología y para la biología algunos temas excelentes de investigación como son una avalancha catastrófica, producto de una de las erupciones volcánicas históricas más violentas, y un ecosistema de altura único en el mundo. Si bien el volcán fue mencionado desde al menos el siglo XIX por los viajeros que hacían la travesía desde el norte chileno (antes boliviano) a la Puna y el norte argentino, incluso como un paso para el transporte de ganado a pie a las nitrateras de la costa pacífica, en general, pasó casi desapercibido. Los incas lo consideraron uno de sus cerros sagrados, al punto que cerca de su cumbre se encontraron pircas de piedra y acumulaciones de maderas duras que recuerdan los refugios y las ceremonias que ellos realizaban. El primero en mencionar esto y también el primero en hacer cumbre allí fue el geólogo alemán Fritz Reichert (1878-1953). Reichert, considerado uno de los patriarcas del andinismo argentino, fue contratado por el Gobierno en los primeros años del siglo XX para realizar estudios de las riquezas mineras, especialmente las del recién integrado Territorio Nacional de los Andes. Mientras realizaba sus estudios geológicos, aprovechó para intentar el ascenso de algunas cumbres andinas, entre ellas el Cachi, que no alcanzó; pero logró coronar con éxito la del cerro Rincón y la del Socompa. Reichert subió el volcán en los primeros días de mayo de 1905. Comenta la abundancia de nieve y hielo en la cumbre, y también las abundantes fumarolas que despedían gases calientes con olor a azufre. Precisamente las fumarolas y las aguas termales en los alrededores bajos del volcán son una de las evidencias de que todavía mantiene una cámara magmática activa en su interior. Las edades de las rocas volcánicas y de las camadas de cenizas que conforman el edificio enseñan que el Socompa es un estratovolcán de unos 2 millones de años de antigedad con una base de 16 km de diámetro ubicada en la cota de 3.600 m, desde la cual surge el cono que se eleva hasta los 6.051 metros. Esto muestra que el volcán tiene una altura neta de unos 2,5 kilómetros. Una de las características del cono volcánico es que explotó en su flanco occidental, del lado chileno, desapareciendo un 20% del edificio y formando una avalancha catastrófica gigantesca considerada la mayor de los Andes Centrales y una de las más importantes en todo el mundo. La explosión lateral hizo colapsar la ladera oeste del cono, quedando como remanentes bloques que alcanzan los 400 m de altura y generando una avalancha que llegó a 40 km de distancia de la boca del volcán. En total la “zona de desastre” cubre un área de unos 500 kilómetros cuadrados con un espesor promedio de 50 m de alto. Un gran anfiteatro sobre la cara occidental del Socompa representa la cicatriz del soplido volcánico explosivo, similar a lo que aconteció en 1980 con la erupción del volcán Saint Helens, en los Estados Unidos; aunque la avalancha generada por este último es muy inferior en tamaño. Vulcanólogos internacionales han calculado la enorme cantidad de energía termal liberada en esta erupción equivalente a unas 5.000 bombas atómicas de Hiroshima, por lo tanto, una de las erupciones más importantes de las registradas en el planeta. Los cálculos realizados indican que la extraordinaria erupción del St. Helens fue, en comparación, cinco veces menor que la del Socompa. Al parecer, la gran avalancha se habría producido unos 7.200 años atrás. Algún tiempo después se produjo una erupción de cenizas blancas y pómez de enorme envergadura que dio pie a una columna pliniana (en honor a Plinio) de varias decenas de kilómetros de altura. Esas cenizas, con una edad cercana a los 5.000 años, serían las responsables de haber cubierto con un espeso manto blanco todo el Noroeste argentino. Teniendo en cuenta que los rasgos glaciarios se marcaron con fuerza hasta unos diez mil años atrás, la frescura de las geoformas volcánicas en el Socompa habla a las claras de la juventud de las últimas erupciones que le dieron su aspecto actual. Un dato biológico del mayor interés se registró cerca de la cumbre, arriba de los 5.750 m, donde en 1984 Stephan Halloy descubrió en unos casos y redescubrió en otros un ecosistema novedoso formado a expensas de las salidas de aguas y gases calientes así como de los suelos térmicos mineralizados. Se trata de parches de vida aislados y sometidos a duras condiciones ambientales. Para que se tenga una idea, además de la altura, las temperaturas descienden de noche a decenas de grados bajo cero, principalmente en invierno, generando un ambiente helado con fuertes amplitudes térmicas diarias. Esto se contrarresta por la salida de los vapores de agua en los respiraderos y por los suelos que se mantienen calientes y húmedos, lo que permite que aparezcan pequeñas islas de “vegetación” formadas por musgos, hepáticas, algas, hongos y líquenes. Se reconocieron 36 tipos diferentes de musgos y líquenes. También se descubrieron insectos, un grupo novedoso de microartrópodos, un ratoncito andino colilargo (Phyllotis darwini rupestris) y un pajarito jilguero (Sicalis olivaceus). Estas condiciones de aislamiento, altitud, clima y biota convierten el sitio en un ecosistema único, esto es, en la comunidad autotrófica más alta del planeta. Luz y nutrientes permiten el desarrollo de estos pequeños islotes de vida complejos y fotoautotróficos a 6 km de altura sobre el nivel del mar. Asimismo, una laguna al pie del volcán, la laguna Socompa, ha demostrado contener matas algales del tipo “estromatolitos”, que se encuentran biológicamente activos y que se destacan entre los ejemplos a mayor altura en el mundo. El volcán Socompa representa entonces un cuadro de rasgos geográficos, geológicos y biológicos singulares que lo destacan entre sus pares de la cadena andina.
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