No
sé en qué momento los argentinos separamos la independencia de la
libertad. Tampoco cuándo comenzamos a ser educados en la subestimación y
hasta el desprecio a la libertad. Libertad es palabra que repetimos
cuando cantamos nuestro himno nacional pero cuyo sentido está vaciado y
cuya práctica parece resultarnos ajena.
Cada
25 de mayo conmemoramos el comienzo del fin de la administración de la
monarquía española y el inicio de las guerras de la independencia que se
prolongaron más de una década. Esas conmemoraciones suelen olvidar que
la lucha por la independencia y la constitución de un nuevo Estado en
esta parte del mundo, fueron de la mano de la lucha por la libertad.
Lograr
un gobierno propio, independiente, era condición necesaria pero no
suficiente para conquistar la libertad: no sólo para construir un nuevo
país sino para que también fueran libres sus habitantes. No se trataba
de reemplazar la subordinación al rey de España y a su absolutismo por
la subordinación al poder arbitrario de algún dictador criollo.
Los
hombres de mayo no lucharon por sustituir una servidumbre por otra.
Tampoco para ponernos de rodillas ante la omnipotencia de un Estado que
se proclamaba libre a expensas de la libertad de las personas a las que,
con puño de hierro o paternalismo, trataban como menores de edad bajo
libertad vigilada, controlando sus opiniones, expresiones y deseos.
Los
hombres de 1810 fueron liberales, aunque no demócratas. Lo eran porque
defendieron la libertad de opinión, de expresión y de comercio; porque
rechazaron los controles de la economía por parte de una administración
que imponía qué y cómo debía cultivarse, qué debía exportarse y qué
importarse; porque querían la división y equilibrio de poderes; porque
defendían, la vida, la seguridad, el derecho de propiedad y la
educación; porque querían la integración de la Argentina en el mundo.
En
1810 comenzaron a quitarse los cerrojos impuestos por el régimen
español que alentó la ilusión de levantar una muralla alrededor de sus
posesiones en América, haciendo de estos territorios y de sus habitantes
una especie de coto privado de caza, una enorme fuente de recursos para
alimentar sus arcas y territorio poblado de súbditos no de ciudadanos.
No
sé en qué momento los argentinos comenzamos a negar y, luego, a
repudiar y adoptar una actitud vergonzante respecto a la libertad, su
práctica y su defensa. Aunque imperfecta y periódicamente retaceada por
gobiernos militares y civiles, es sobre esa libertad que se edificaron
nuestra convivencia, nuestras bases materiales y nuestra cultura. Un
país no se realiza si no se realizan sus ciudadanos en libertad, vino a
decir Alberdi en 1880 en su última conferencia en Buenos Aires.
Tendremos
que preguntarnos por qué algunos argentinos se empeñan en despreciar
la libertad confundiéndola deliberadamente con “neoliberalismo” o con
“liberación”, rebajándola a una u otra ideología facciosa. Mientras
alimentemos complejos frente a la libertad y tengamos miedo de
ejercerla, defenderla y proclamarla, seguiremos siendo rehenes de
regímenes y personajes autoritarios de variado color pero dotados de la
misma estructura prepotente y de idénticas ideas contrarias a la
libertad.-
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(*) Frase escrita en “Orden del día” publicado en “La Gaceta”. Buenos Aires, 8 de diciembre de 1810.
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