jueves, 24 de mayo de 2012

El inestimable don de la libertad

Gregorio A. Caro Figuero *,

No sé en qué momento los argentinos separamos la independencia de la libertad. Tampoco cuándo comenzamos a ser educados en la subestimación y hasta el desprecio a la libertad. Libertad es palabra que repetimos cuando cantamos nuestro himno nacional pero cuyo sentido está vaciado y cuya práctica parece resultarnos ajena.

Cada 25 de mayo conmemoramos el comienzo del fin de la administración de la monarquía española y el inicio de las guerras de la independencia que se prolongaron más de una década. Esas conmemoraciones suelen olvidar que la lucha por la independencia y la constitución de un nuevo Estado en esta parte del mundo, fueron de la mano de la lucha por la libertad.

Lograr un gobierno propio, independiente, era condición necesaria pero no suficiente para conquistar la libertad: no sólo para construir un nuevo país sino para que también fueran libres sus habitantes. No se trataba de reemplazar la subordinación al rey de España y a su absolutismo por la subordinación al poder arbitrario de algún dictador criollo.

Los hombres de mayo no lucharon por sustituir una servidumbre por otra. Tampoco para ponernos de rodillas ante la omnipotencia de un Estado que se proclamaba libre a expensas de la libertad de las personas a las que, con puño de hierro o paternalismo, trataban como menores de edad bajo libertad vigilada, controlando sus opiniones, expresiones y deseos.

Los hombres de 1810 fueron liberales, aunque no demócratas. Lo eran porque defendieron la libertad de opinión, de expresión y de comercio; porque rechazaron los controles de la economía por parte de una administración que imponía qué y cómo debía cultivarse, qué debía exportarse y qué importarse; porque querían la división y equilibrio de poderes; porque defendían, la vida, la seguridad, el derecho de propiedad y la educación; porque querían la integración de la Argentina en el mundo.

En 1810 comenzaron a quitarse los cerrojos impuestos por el régimen español que alentó la ilusión de levantar una muralla alrededor de sus posesiones en América, haciendo de estos territorios y de sus habitantes una especie de coto privado de caza, una enorme fuente de recursos para alimentar sus arcas y territorio poblado de súbditos no de ciudadanos.

No sé en qué momento los argentinos comenzamos a negar y, luego, a repudiar y adoptar una actitud vergonzante respecto a la libertad, su práctica y su defensa. Aunque imperfecta y periódicamente retaceada por gobiernos militares y civiles, es sobre esa libertad que se edificaron nuestra convivencia, nuestras bases materiales y nuestra cultura. Un país no se realiza si no se realizan sus ciudadanos en libertad, vino a decir Alberdi en 1880 en su última conferencia en Buenos Aires.

Tendremos que preguntarnos por qué algunos argentinos se empeñan  en despreciar la libertad confundiéndola deliberadamente con “neoliberalismo” o con “liberación”, rebajándola a una u otra ideología facciosa. Mientras alimentemos complejos frente a la libertad y tengamos miedo de ejercerla, defenderla y proclamarla, seguiremos siendo rehenes de regímenes y personajes autoritarios de variado color pero dotados de la misma estructura prepotente y de idénticas ideas contrarias a la libertad.-

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(*) Frase escrita en “Orden del día” publicado en “La Gaceta”. Buenos Aires, 8 de diciembre de 1810.
 

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