miércoles, 6 de diciembre de 2017

LA OREJA QUE FALTA










Por Armando Frezze *

In Memoriam







Imaginar que Internet y su universal base de datos nos hará más inteligentes o más sabios, es tan falso como creer que los auto­móviles nos harán más educados. E imaginar que tener auto, celular, PC, todos los electrodomésticos y un poco más por las dudas, nos hará felices, también resulta una clara mentira. Porque hoy, aunque tengamos mucho, nos falta una oreja.
Nos falta conversación, diálogo, compañía que escuche. Hace poco Leonor Arfuch escribió que la conversación es quizás la más corriente de nuestras prácticas, la cual por no requerir habi­lidad especial, se confunde con el habla. Podría enmendarse un detalle de ese concepto y decir que la conversación "era" una práctica corriente. Hoy "la caja boba" de la TV encapsula a los mayores de treinta años, y a los que tienen menos de esa edad los cloroformizan los juegos de PC, navegaciones sin destino por Internet o aislamientos por el estilo, y les impiden y les atrofian el ancestral ejercicio de la conversación. A lo sumo, en su reem­plazo sólo hay charla, es decir parloteo superficial sobre cual­quier tema (una constante en las FM) y esa desmesura está matando la conversación y sus frutos.
¿Quién recuerda hoy sus reglas de oro? Eran tres: hablar poco, no hablar de lo que no se sabe, y nunca hablar de uno mismo. La regla primera, hablar poco, implicaba tener una oreja siempre dispuesta para escuchar al otro, que era lo más lo importante. Hoy sólo hablamos de nosotros mismos, de nuestros problemas, de nuestros objetivos, de nuestros éxitos o fracasos, de nuestra salud, pero poco nos interesa oírlo al otro. Es que la conversa­ción, tradicionalmente, era una entrega y un encuentro y hoy parece ser un monólogo de dos **. El escritor Santiago Kovadloff ha subrayado con agudeza que, en este siglo nuevo, las perso­nas más que oírse en el hablar se alternan en el decir, en un ejer­cicio de festiva incomunicación. Porque ni oyen ni escuchan ni se interesan; hoy hace falta otra oreja ***. La política, la justicia, los parlamentos, las instituciones y las corporaciones, las universi­dades y los clubes, la familia y los amigos, parecen haber perdi­do una oreja. Sería más que útil recuperar la capacidad de escu­cha y reanudar la conversación al modo tradicional; el primer ejercicio práctico, casi obligado, será decir lo menos posible la palabra "yo".-
(*) Publicado en la revista “Raíces” número 34. Salta, 2005.
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Notas añadidas por Gregorio Caro Figueroa

(**) Refiriéndose a las tertulias en Francia a comienzos de la segunda mitad del siglo XVIII, la historiadora italiana Benedetta Craveri – nieta de Benedetto Croce – dice: “El talento para escuchar era más apreciado que el talento para hablar, y una exquisita cortesía frenaba la vehemencia e impedía el enfrentamiento verbal”. De su libro “La cultura de la conversación”, (2001).
(***) Eugenio D’Ors refiriéndose a la incapacidad de diálogo que atribuye a los españoles escribió: “No llamemos así al juego de monólogos intercalados, por instrumento de interrupciones más o menos bruscas. Ni tampoco a aquellos interrogatorios, en que una de las partes, maquiavélica, extrae todo el jugo a la otra y la hace largamente cantar, sin descubrirse ella”. Añadió D’Ors: “No. Todo eso lo tenemos nosotros; pero todo esto no es aún diálogo. El verdadero diálogo empieza allí donde, por medio de la diserta palabra, se da y se recibe, y se recibe y se da con cierta proporción, pero sin cálculo, en obediencia dulce a los sentimientos de la humanidad, de civilidad, de curiosidad”. Concluye: “el hombre que habla en monólogo, que da y no recibe, obra en función de Pensamiento dogmático. El que lo hace, según los interrogatorios a que nos referíamos, en que recibe sin dar, obra en función de Pensamiento político. Pero el que entrega y recoge, y recoge entregando, y entrega recogiendo; el que dialoga, en fin, obra en función de Pensamiento filosósifo; éste, estrictamente, piensa” (De su conferencia “De la amistad y del diálogo”, Residencia de Estudiantes. Madrid, 16 de febrero de 1914).-




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