Dr. Ricardo Alonso, 10/Oct/2011, para El Tribuno
Corría 1950, el “Año del Libertador General San Martín”, cuando el general Juan Domingo Perón decidió la creación de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). Ese mismo año, se pusieron en marcha numerosas comisiones de geólogos para prospectar el país en busca de uranio. Una de esas comisiones llegó hasta Cachi y estaba formada por tres reconocidos geólogos e investigadores: Eduardo Oscar Harispe, Gregorio Gagarin y Roberto Félix Camps. Una curva traicionera del camino tronchó en Salta la vida de estos tres profesionales, mártires involuntarios de la naciente energía atómica argentina. Años después, cerca de allí, en el Valle del Tonco, se descubrirían las minas de uranio salteñas, entre ellas la mina Don Otto que estuvo en producción por más de veinte años y proveyó de combustible nuclear a nuestras centrales atómicas.
Días pasados, la señora Presidenta de la Nación puso en marcha un nuevo sector de Atucha II, al menos un paliativo en la recuperación del programa atómico que venía largamente postergado. Con ello, la matriz energética argentina, que hoy largamente depende de los hidrocarburos, tendrá un aporte extra de megavatios. De esta manera, la energía eléctrica de origen nuclear llegará al 10% de esa matriz nacional. Todavía queda por seguir adelante con Atucha III y con el reactor Carem en Formosa. Ahora bien, tenemos las plantas nucleares pero hace falta alimentarlas con el combustible atómico. Para eso necesitamos uranio. Como decíamos al principio, desde la década de 1950 hasta la de 1980, los geólogos recorrieron el país prospectando minerales nucleares.
De esta búsqueda surgió la identificación de 5.000 manifestaciones radiactivas naturales, de las cuales al menos tres fueron las más importantes. Todavía hoy se calculan en más de 15.000 las toneladas de reserva de uranio disponible en el país. En Salta, se explotó la mina Don Otto y otras manifestaciones menores en los valles de Tonco y Amblayo. Con el hallazgo en Mendoza de Sierra Pintada toda la atención se volcó en la explotación de ese rico yacimiento con reservas suficientes para abastecer las necesidades nacionales, dejando de lado otros en Córdoba, La Rioja y también en Salta. Finalmente, el depósito de Cerro Solo en Chubut, otro valioso depósito en la meseta patagónica, quedó sin ser explotado y aguarda su futura puesta en marcha.
Lo cierto es que la República Argentina, con un plan atómico en marcha desde 1950, no produce hoy ni un solo kilogramo de uranio propio. Por el contrario, estamos exportando de Kazajistán, una de las repúblicas de la ex-URSS, el 100% del uranio que usamos como combustibles en nuestras plantas atómicas. Téngase presente que Atucha II demandará un consumo anual de 100 toneladas de uranio, lo que obligará al país a duplicar las importaciones de mineral. Si bien el uranio todavía se consigue en el mercado internacional, la fluctuación de su precio puede generar serios problemas en el futuro.
Por un lado China tiene un ambicioso plan de crecimiento geométrico de su energía nuclear con un régimen de construcción de 16, 32, 64, etc., centrales nucleares a lo largo del siglo XXI, que busca la instauración de un sistema energético en red para la generación de energía ilimitada para un crecimiento ilimitado. Se trata de la creación de un “Sol artificial” diseñado en toda su superficie continental. Muchos otros países siguen avanzando con sus planes nucleares, entre ellos nuestros vecinos Brasil y Chile. Esto hará que, a la larga, el precio del uranio alcance valores importantes. En el año 2000, la libra de uranio se cotizaba en unos 10 dólares. En el 2005, explotó el precio que comenzó a crecer aceleradamente alcanzando a 140 dólares la libra en el 2007. Luego se produjo otro bajón por la retracción de la demanda energética mundial y el precio volvió a caer, ubicándose actualmente alrededor de 40 a 50 dólares la libra.
Urge entonces volver la vista hacia los propios yacimientos uraníferos, que son del país, que los explota un organismo del Estado como es la CNEA y que permitirían crear trabajo genuino, riqueza genuina y electricidad barata para todos los argentinos. Hemos sufrido la demonización de organizaciones internacionales, como Greenpeace, que atacan sin fundamentos a la energía atómica (y en el fondo a cualquier desarrollo genuino de energía como lo demostraron con el carbón de Río Turbio o las presas hidroeléctricas del Paraná). Y lo hacen, entre otras cosas, para vender sus productos verdes, entre ellos los foquitos de bajo consumo que son muy inferiores ecológicamente a los viejos foquitos de filamento de tungsteno.
La energía atómica, a pesar de todo lo que se diga, es barata, es segura, no es contaminante (produce fundamentalmente vapor de agua), no genera gases de efecto invernadero, sus residuos son perfectamente tratables y las plantas gozan de altos estándares de seguridad internacionales. Véase como ejemplo el caso de Japón, donde un inesperado terremoto de grado 9.1, seguido de un tsunami, no pudo destruir a la central de Fukushima. Le produjo averías menores, lo cual es lógico por la intensidad asombrosa del sismo y la liberación de energía desatada. Pero así y todo, los sofisticados controles funcionaron y bien. El caso de Alemania es diferente. El plan de la señora canciller Merkel y de sus socios verdes para frenar la energía nuclear se va a evaporar junto con el propio gobierno. Es imposible sostener el desarrollo alemán con molinitos de viento o panelitos solares. Las energías alternativas ayudan pero no definen.
El desafío
Nuestro país finalmente tiene que ponerse los pantalones largos y cerrar completamente su ciclo del uranio, desde el yacimiento minero hasta la producción de energía, pasando por su procesamiento en las plantas nucleares y el aprovechamiento de todos los derivados, incluidos el tema de los isótopos radiactivos para la cura del cáncer y otras enfermedades malditas del último siglo.
La República Argentina debe estar orgullosa de su rol pionero en la energía atómica a escala global, de su desarrollo desde el Estado nacional, de sus empresas privadas como Invap (entre las mejores del mundo en la construcción de reactores para radioisótopos), de la potencialidad presente y futura de sus yacimientos minerales y, sobre todo, de los fines pacíficos que se le da al tema atómico en nuestro país desde hace ya 60 años.
Pensando el futuro regional desde el disenso. Las ideas expresadas son exclusiva responsabilidad de los autores. De ninguna manera reflejan una opinión grupal, colectiva ni tampoco del administrador del Grupo.
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