Ricardo Alonso |
Bob Dylan, flamante y a la vez discutido
premio Nobel de literatura 2016, inmortalizó la frase que habla de una piedra
que rueda (“Like A Rolling Stone”). En realidad es una metáfora de la
vida de una persona, una chica que lo tiene todo y que luego cae en desgracia. Esto
es pasar de los placeres mundanos a mimetizarse entre los harapientos, andando
por la vida sin un rumbo determinado; como una completa desconocida: como una
piedra rodante.
Son muchos los que desde la literatura, sea por
letras de canciones, cartas, poesías o ensayos, se han acercado a tratar de
abordar el fenómeno geológico de los cantos rodados. La geología, la física y
hasta el sentido común interpretan que cualquier roca se va destruyendo con el
tiempo generando nuevas rocas y que a mayor lejanía de transporte van a lograr
una mejor redondez y pulido. Sin embargo hay pueblos que piensan el tema al
revés, esto es creer que las partículas de arenas se unen unas a otras para
formar rodados que con el tiempo crecen y se convierten en rocas grandes. Esto
choca contra el sentido común, pero precisamente ha sido este famoso sentido una
fuente de confusión, en muchos temas, desde la más remota antigüedad. Si
únicamente fuera por el sentido común seguiríamos atados a pensar que el Sol
gira alrededor de la Tierra, ya que lo vemos emerger por el este al amanecer y
hundirse por el oeste al atardecer. Y así podrían sumarse los ejemplos, muchos
de ellos marcados a fuego durante milenios en el imaginario colectivo de las
sucesivas generaciones.
Lo que sabemos es que las rocas son descalzadas de
las montañas y comienzan su lento migrar pendiente abajo y, aguas abajo,
arrastradas por las corrientes fluviales. Meteorización, erosión y transporte
forman parte de la cadena de eventos que van reduciendo las rocas, por duras
que sean, en esa moledora natural que son las corrientes fluviales. En un río o
torrente de montaña, como los que tenemos en abundancia en el norte argentino,
podemos ver distintas granulometrías que van desde la arena, pasando por las
gravas, los rodados y la piedra bola, hasta bloques de algunas toneladas.
Durante el verano, el golpeteo entre las rocas, van generando el desgaste y
alisando los rodados para aumentar su redondez y esfericidad, dos cosas que
parecen iguales pero que son distintas.
Los rodados en un río son la mejor evidencia y
prueba fáctica de cuáles son las rocas de las montañas que atraviesa. El
porcentaje de rodados de distintas naturalezas, litologías y composiciones nos
da certidumbres de la existencia de distintas formaciones geológicas en su
recorrido. También el contenido de los minerales pesados en las arenas, las que
pueden ser portadoras de minerales comunes o en algunos casos valiosos (oro,
platino, diamantes, zafiros, etc.), son un inestimable tesoro para comprender
el origen de los arrastres fluviales. Un río muestra rocas de gran tamaño en
sus nacientes y estas van perdiendo volumen al pasar de la cuenca alta a la
media y de la media a la baja. Es así como desde las rocas grandes que se
observan en las cabeceras de las montañas terminan encontrándose sólo arenas,
limos o arcillas al divagar los ríos en las amplias llanuras.
Estas cuestiones inspiraron, como se dijo, a
escritores, poetas, músicos, filósofos y otros espíritus sensibles. En estas
tierras, uno de nuestros Bob Dylan, fue el cantor y filósofo de lo campero don
Atahualpa Yupanqui, quién escribió un lindo poema de tinte geológico sobre las
piedras. Decía don Ata: “Tanto vivir entre piedras/yo creí que
conversaban/voces no sentí nunca, /pero el alma no me engaña”. Y continuaba apuntando:
“Algún algo han de tener/aunque parezcan calladas/no de balde ha llenado Dios/de
secretos la montaña”. Presiente Yupanqui un lenguaje mudo en las piedras como
que lo inorgánico tiene alguna vida oculta o secreta que se atesora en las
montañas. Hoy sabemos que las rocas encierran en sus minerales y en su química
toda la historia desde el mismo momento en que fueron formadas. Son como las
páginas de un libro que podemos leer a través de la profundidad de sus arcanos.
Por ello, continúa Atahualpa mentando que: “Algo se dice en las piedras/a mí no
me engaña el alma, /temblor, sombra o qué sé yo, /igual que si conversaran”. Y remata
su poema geológico-filosófico con un: “¡Malhaya, pudiera un día, /vivir así,
sin palabras! Cada vocablo tiene aquí un alto peso específico y deja abiertos
interrogantes para todos los espíritus sensibles.
Para los geólogos el lenguaje de las rocas es
evidente y para el poeta una suerte de metáfora. Un texto que resulta de una
profundidad notable y está referido a similar temática es el que escribió Sri
Pandit Jawaharlal Nehru (1889-1964), primer ministro de la India en la segunda
mitad del siglo XX, para su única hija: Indira Gandhi (1917-1984). En sus
recordadas “Cartas de un padre a su hija”, Panditji Nehru reflexiona sobre los
rodados de un río como lecciones de humildad y una alegoría de la existencia
humana. Comienza llamando su atención sobre qué le está diciendo la simple
vista de un pequeño guijarro. ¿Cómo hizo este para llegar a ser redondo, liso y
brillante sin filos ni bordes ásperos? Entonces explica que si rompemos una
roca grande con un martillo vamos a obtener pequeños trozos rocosos angulosos y
con filos. O sea que no son redondos como la piedrita del principio. A modo de
que llego ésta a ser lo que es, o sea un rodado liso y pulido. Le dice a
Indira: “Él te contará su historia si tienes buenos ojos para ver y buenos
oídos para escuchar”. Te dirá que alguna vez, seguramente mucho tiempo atrás,
fue un trozo de roca tosca, angulosa y llena de bordes filosos. Probablemente
ella descansaba en la ladera de una montaña hasta que llegaron las lluvias que la
movieron pendiente abajo hasta un arroyo de montaña que la transportó hasta
otro arroyo de montaña hasta llegar al
cauce o río principal. Y así durante todo el tiempo que estuvo rodando de río
en río fue alcanzando su redondez y pulido. Esa es la roca que se ve ahora, le
explica, pero si ella hubiese continuado su camino, rodando y rodando, se
hubiese desgastado más y más hasta convertirse en granos de arena. Muchos de
esos granos diminutos y hermanados, pueden finalmente llegar a concentrarse en
una playa donde los niños pueden construir con ellos castillos de arena. Concluía
la lección comentándole a su hija Indira que si un pequeño guijarro podía
contarle todas esas extraordinarias historias sobre su origen, cuanto más se
podría aprender de las rocas y de las montañas y de todas las demás cosas
maravillosas que vemos alrededor de nosotros.
Indira Gandhi, sin ningún parentesco con el
Mahatma Gandhi, llegó a ser como su padre primer ministro de la India y cumplió
un rol político fundamental hasta que fue asesinada en 1984 en manos de sus
propios guardaespaldas. Las cartas de Jawaharlal Nehru escritas para Indira en
1928, cuando ella tenía 10 años de edad, son un compendio de pensamientos profundos
acerca de la historia natural y la historia de las civilizaciones. Este pequeño
libro lleno de sabiduría marcaría el carácter de quién llegaría a ser una de
las figuras políticas más importantes del siglo XX.
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