Felipe Medina |
"Se diría que a través de alguna grieta ha
entrado, el humo de Satanás en el templo de Dios. Hay
dudas, incertidumbre, problemática, inquietud, insatisfacción,
confrontación." (Pablo VI en la festividad de San Pedro y San Pablo en
1973)
Parece una frase apocalíptica
y desesperanzadora, pero es simplemente una advertencia del Papa Pablo VI
acerca de lo que sucedía hacia el interior de la iglesia en los años del post
concilio, cuando la reforma de esa institución milenaria generó un verdadero
terremoto en la conciencia de no pocos miembros de la jerarquía de ese tiempo.
Casi todos los Concilios
Ecuménicos fueron dogmáticos y algunos disciplinares, como es el caso del
Concilio de Trento que inició un proceso conocido como la Contrarreforma para
frenar a Lutero y a todas la corrientes protestantes que surgieron en el norte
de Europa. El Concilio Vaticano II fue un concilio pastoral, no discutió
dogmas, sólo buscó poner a la iglesia en sintonía con la modernidad desde el
mensaje de Cristo. Fue el Concilio del
Evangelio. Y el Papa Francisco se ha empeñado en llevarlo a la práctica para
mostrar, en plenitud, la verdadera riqueza de la iglesia. La iglesia tiene una
dinámica interior, en ella se visualiza la acción de Dios, pero también, el mal
muestra sus aristas. El mal conocido por nosotros como el diablo que se empeña
en dividirla. Justamente, su nombre lo dice "día" y
"bolos", proceden de dos palabras griegas, "día" es
atravesar, pasar por el medio, es decir, quebrar, y "bolos" es una
unidad, algo que está compactado. El diablo es el que destruye la unidad, el
que divide, el que genera una grieta y la profundiza.
El Pontificado de Francisco
se ha caracterizado por cambiar el rostro de la iglesia y dinamizar desde el
amor su vida interior. Hacer una institución centrada en Jesucristo, más humana
y comprometida con los descartados del mundo, los pobres, los enfermos, los
ancianos, los jóvenes, los sin techo, sin tierra y sin trabajo, los
inmigrantes, los marginados. Y se ha empeñado en luchar contra la tiranía del
dinero frente a la persona humana, en todos sus rostros, sistema económico
financiero, guerras, discriminación, drogodependencia y narcotráfico.
Esta postura de un hombre
despojado de todo boato, con una sencilla sotana blanca, sin cruces de oro y
con sus viejos zapatos ortopédicos ha provocado la admiración y respeto de
muchos hombres y mujeres del mundo, la esperanza de los pobres y la
preocupación de los poderosos, especialmente, de algunos cardenales que
pretendieron un cuestionamiento improcedente. Francisco nos recuerda con
tristeza que el virus de la polarización y la enemistad se nos cuela en
nuestras formas de pensar, sentir y actuar. La iglesia está formada por hombres
y mujeres de tierras lejanas- nos recuerda el Papa-, de costumbres diversas, de distinto color de
piel, idiomas y condición social, hasta se celebran ritos diferentes,
permaneciendo en plena comunión. Y nada de esto nos hace enemigos. Al contrario
es una de las mayores riquezas de la iglesia.
Francisco
dice que “la nuestra es una época caracterizada por fuertes cuestionamientos e
interrogantes a escala mundial”.“Nos toca transitar un tiempo donde resurgen
epidémicamente en nuestras sociedades la polarización y la exclusión como única
forma posible de resolver los conflictos”
“Poco a poco las diferencias
se transforman en sinónimos de hostilidad, amenaza y violencia. Cuantas heridas
crecen por esta epidemia de enemistad y de violencia que se sella en la carne
de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a
causa de esta patología de la indiferencia”.
El humo del que divide ha
penetrado en nuestros corazones con la pretensión de clasificar a la persona
humana en buenos y malos. El hombre
poderoso busca seguridad y ya no ve en el otro a un hermano por
descubrir, sino a una amenaza de la que tiene que defenderse levantando muros,
uniformando a todos bajo un mismo pensamiento. Lo diferente se convierte en un
peligro. También, no pocas veces, en la iglesia se vive éste espíritu del mal,
que divide, acusa, murmura, destruye. Todas las instituciones sociales desde
los países hasta las organizaciones pequeñas sucumben a la tentación que
conduce inexorablemente a la guerra. Una
época que aún podemos cambiar aprendiendo a ser humanos, a ver en cada hombre
un hermano y en cada pobre de la tierra, una causa para vivir y trabajar.
Humano tan humano casi divino.
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