Felipe Medina |
“Me
dijeron que en el Reino del Revés
nadie
baila con los pies,
que
un ladrón es vigilante y otro es juez
y que dos y dos son tres” (María Elena Whalsh)
Cuando éramos niños, nuestros
padres nos decían que, ante cualquier
problema que tuviésemos a la salida de la escuela, debíamos acercarnos al policía vigilante de
la esquina, el nos protegería y nos guiaría. Hoy no nos dirían lo mismo. Pareciera que muchas
cosas funcionan al revés. Lo cantaba María Elena Walsh y lo profetizaba el
tango Cambalache.
Y a pesar de que pululan noticias
en el éter sobre policías vinculados a delitos graves, creo que hay muchos
hombres y mujeres policías conscientes de su vocación de servicio, que no llegan
a ser noticia, simplemente porque cumplen con su deber. Lo cierto es que en
muchos ámbitos de la vida pública, de las distintas instituciones están las
cosas patas para arriba. Poli ladrón, Poli narcos, corrupción política y
judicial por todo el país, son noticias que preocupan. Hace unos días el
Arzobispo de Tucumán, a raíz de la muerte del Padre Juan Viroche, habló de
corrupción en ámbitos de las fuerzas de seguridad, de la política y de la
puerta giratoria en la justicia tucumana. Sintiéndose interpelada, la Corte de Justicia de la vecina provincia citó
al prelado para que especifique sus declaraciones. Algunos lo vieron como algo
correcto y otros lo interpretaron como un típico apriete institucional.
Lo cierto es que los actores
sociales con responsabilidades importantes van dejando en el país una estela de
dudas sobre su desempeño, poniendo en peligro la validez de la
representatividad, la gobernabilidad y el concepto mismo de autoridad. Muchos
ya no creen en el sistema de organización de la sociedad y de la democracia y
se va creando un clima de mal humor social. Quizás en Tucumán se vislumbra con
mayor nitidez este emergente social, una verdadera y profunda grieta entre el
pueblo y sus representantes en los tres poderes y en las instituciones sociales,
culturales o religiosas, que hacen a la vida cotidiana de una ciudad. Seguimos
mirando a las autoridades como soberanos, cuando soberano es el pueblo. Nuestra inconciente colectivo aún vibra al
ritmo de la colonia, después de 200 años de independencia.
Tal vez por ello, el problema más grave es que nos hemos
acostumbrado a esperar todo de arriba.
Pretendemos que el estado o las instituciones se hagan cargo de nuestras
cosas y a veces ni siquiera tenemos
capacidad para exigir que el Estado u otras Instituciones hagan al menos, lo que les corresponde. Si queremos poner las cosas en su lugar
debemos comenzar por nosotros mismos. Exigir al Estado, a nuestros
representantes que nos den la seguridad necesaria para vivir en paz. Que
controle su funcionamiento y combata la corrupción. Cuando llegamos a
situaciones de crisis, todos, absolutamente todos, hemos aportado algo para que
no funcionen bien las cosas. El mundo no se divide entre buenos y malos. Cuando
hay un funcionario político, judicial o de seguridad corrupto, hay un
ciudadano, empresario o simple contribuyente que paga, que es cómplice. No
pocas veces hemos celebrado la picardía de los que son transgresores a la ley,
y luego no queremos sufrir sus consecuencias.
Las generaciones pasadas, de nuestros
padres y abuelos, lucharon mucho por mejorar la calidad de vida de la
comunidad, se organizaban en sociedades
de fomento y de progreso, sostenían con sus recursos los emprendimientos
comunitarios, trabajaban por su honor, sin ninguna paga. Hoy esperamos todo de
arriba, se ha perdido mucho la capacidad de unidad y de esfuerzo.
Si no nos organizamos en
comunidad, con un profundo sentido solidario, no podremos desenmascarar esa
lacra que carcome nuestro futuro, llamada corrupción, que afecta a todos los
niveles institucionales. Nuestra indiferencia y silencio nos convierten en unos
cómplices
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