La Puna está llena de estos volcanes, con distintas edades, distinta composiciones y distinto grado de actividad.
En Volcán todo el año se desploman rocas, generan columnas de polvo y emanan un olor a piedra quemada.
Una semana atrás la paz bucólica del Valle Calchaquí se vio alterada por una noticia originada en el paraje de Ciénaga Grande, entre Payogasta y La Poma, acerca de la presunta actividad de un volcán. Algunos pobladores habían traído la noticia de “humo y olor a azufre” que se estaba desprendiendo de una grieta en un cerro que quedaba a varias horas de caminata. Los reportes de una comisión policial que fue hasta el lugar desmintieron cualquier actividad volcánica en sentido estricto y por otro lado confirmaron que se trataba de un desprendimiento de rocas en un deslizamiento.
Este tipo de fenómenos se conocen como “landslides” y pueden afectar importantes volúmenes de rocas en laderas inestables.
Dado el carácter montañoso de nuestra geografía, donde priman laderas de altas pendientes a raíz de las formaciones rocosas que han sido desmanteladas por la erosión fluvial, se generan sectores que pueden disparar una avalancha seca de rocas que se mueven en función de la gravedad.
Un ejemplo paradigmático ocurre en la Quebrada de Humahuaca, en las cabeceras del Arroyo del Medio, a la latitud del paraje conocido como Volcán. Allí en una especie de anfiteatro todo el año se están desplomando rocas que caen estruendosamente generando columnas de polvo y emanando un particular olor a piedra quemada.
El polvo se confunde normalmente con humo y el olor a piedra frotada con el azufre. Cuando llegan las lluvias fuertes, generalmente chaparrones torrenciales de gran intensidad y corta duración, los materiales se embeben, se lubrican, y pueden comenzar a deslizarse pendiente abajo a la manera de una colada de barro y piedras, que una vez puesta en movimiento resulta imposible de detener. Para las gentes lugareñas “explotó el volcán”.
Estos “volcanes de barro” son muy comunes en el verano en la mayoría de nuestras grandes quebradas y sus afluentes, entre ellas las de Humahuaca, Escoipe, Toro, Capillas, Calchaquí, y otras. En muchas ocasiones causaron graves daños afectando poblados como San Fernando de Escoipe en 1976, Purmamarca en 1984, Chicoana en 1992, Angastaco en 2011, entre muchos otros.
Este asociar entre volcanes de fango y rocas del tipo flujos densos dentro de lo que se conoce como movimientos de remoción en masa y su analogía a los volcanes en sentido estricto ya fue observada, descripta y confundida por uno de los antiguos viajeros que unían Buenos Aires con Potosí a través de la Quebrada de Humahuaca.
Efectivamente, Acarette du Biscay, quién pasó por estas tierras del norte argentino en 1658, observó el fenómeno en el lugar donde hoy se encuentra Volcán, a pocos kilómetros de la entrada en la entrada a la Quebrada de Humahuaca.
Pero dejemos que sea él quién nos lo explique, cuando dice: “A dos leguas de Jujuy comencé a internarme en las montañas, entre las cuales hay un pequeño y estrecho valle, que llega hasta Humahuaca, que está veinte leguas más lejos, y a lo largo de él corre un riacho, que uno se ve obligado a pasar y repasar con frecuencia”.
Luego continúa: “Antes de haber avanzado cuatro leguas por este camino, se encuentran volcanes o montañas ardientes, llenas de substancias sulfurosas, que estallan en llamaradas de cuando en cuando y a veces revientan y arrojan cantidades de tierra al valle, lo cual hace el camino tan barroso cuando cae una lluvia poco después, como sucede casi siempre, que a veces uno se siente forzado a quedarse cinco o seis meses o hasta que llegue el verano a secarlo, para hacerlo transitable”.
Acarette fue acusado de haber realizado un relato de su viaje bastante fantasioso y al menos lo demuestra claramente en ese párrafo. Acarette seguramente conocía los volcanes verdaderos, ya que las embarcaciones pasaban por las Islas Canarias donde estos estaban en actividad.
Evidentemente sintió hablar de volcanes en la región y no dudó en clasificarlos como “montañas ardientes”, llenas de “substancias sulfurosas”, que estallan en “llamaradas” y a veces “revientan”. Nada más lejos de la realidad para el ambiente geológico de la Quebrada de Humahuaca. Recién toma visos de realidad cuando dice que “arrojan cantidades de tierra al valle”.
Exagera cuando dice que los viajeros a veces se sienten forzados a “quedarse cinco o seis meses”, cuando en realidad es una situación que dura un par de semanas; o hasta que “llegue el verano a secarlo”, cuando debió referirse al invierno que es la temporada seca. Ahora bien se habló de “volcanes secos” para las avalanchas secas de rocas y de “volcanes húmedos” para las coladas de barro típicas del verano y sus fenómenos de remoción en masa.
Pero también están los volcanes ígneos, los verdaderos volcanes, que se llaman así por Vulcano, el dios del fuego y los metales en la mitología romana. La Puna está llena de estos volcanes, con distintas edades, distinta composiciones y distinto grado de actividad.
La mayoría están extinguidos, otros están apagados, otros dormidos y hay algunos que están activos.
Estos últimos, como el Lascar y el Lastarria, han tenido erupciones en tiempos históricos, modernos e incluso actuales. En el Valle Calchaquí se tienen los volcanes de La Poma, que estuvieron activos entre 50 y 30 mil años atrás. Estos edificios volcánicos, de naturaleza basáltica, son conocidos como los “Volcanes Gemelos”. Precisamente su actividad produjo coladas de lava que cerraron el Valle Calchaquí, bloqueando el curso del río homónimo, y formando un lago que permaneció allí por varios miles de años.
Finalmente el lago se rompió y sobre los sedimentos lacustres depositados se construyó el pueblo de La Poma que sufrió el más luctuoso terremoto de la historia de Salta en la víspera de navidad de 1930 con 28 muertos y más de un centenar de heridos.
El lugar donde se rompió el dique natural fue luego rellenado por materiales calcáreos formando lo que se ha dado en llamar el “Puente del Diablo”, con una hermosa caverna subterránea por cuyo interior corre el río Calchaquí.
Si bien derrumbes, colapso de laderas, volcanes y aludes de barro son una fenomenología común y peligrosa, aunque espacialmente limitada, dentro de los riesgos geológicos, ella de ninguna manera debe confundirse con la actividad volcánica verdadera, potencialmente peligrosa y de vasto alcance, que por suerte se mantiene dormida.
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