viernes, 13 de marzo de 2020

UNA GUERRA QUE AUN NOS DESANGRA



Gustavo Barbarán

Abogado


"[...] la alianza es para Brasil no solo un medio de aniquilar al Paraguay, sino muy principalmente de gobernar a Buenos Aires y Montevideo por el poder de las finanzas, [...] 
El gobierno argentino no es pobre ciertamente, pero tiene entregado todo su tesoro a la provincia de Buenos Aires, que le sirve de indispensable pedestal". (J.B. Alberdi)

Se cumplieron 150 años del fin de la ominosa Guerra de la Triple Alianza (sellada con pacto secreto entre Argentina, Brasil y Uruguay, en mayo de 1865), la Guerra Guasú para los paraguayos, sus víctimas totales, entre 1864 y 1870.

La masacre de Cerro Corá -01/05/1870- aplastó la poca resistencia restante; allí murió Francisco Solano López, sable en mano, hasta que una bala le abrió el pecho. Asunción fue tomada y saqueada por tropas brasileñas, quedando el país en ruinas y a merced de la corte imperial. En esos tiempos a las repúblicas hispanoamericanas les costaba afianzar tanto su organización institucional como sus economías; también encontraban serias dificultades para acordar entre sí límites territoriales definitivos.

Europa era un hervidero de "ismos"; los principales países afianzaban su condición de sociedades industriales e imponían el libre comercio internacional, encaminándose hacia la era del imperialismo.

Paraguay se desangró de nuevo en la Guerra del Chaco (1932-1935), esta vez contra Bolivia. Tanto en la primera como en la segunda maniobraron los intereses británicos, activos entre nosotros desde nuestra independencia, a través de agentes diplomáticos o de personajes del submundo secretista, movilizados en favor de una metrópoli empeñada en construir un orden económico mundial a su medida: materias primas por manufacturas. La city londinense concedía empréstitos para sufragar gastos de guerra... y luego la reconstrucción.

La conmemoración no debe pasar desapercibida, porque fue la más amañada y sangrienta contienda ocurrida en la América del Sur (más que la posterior Guerra del Pacífico de 1879-1883), y por sus consecuencias, muchas de las cuales persisten hasta ahora.

Como toda guerra, encontró pretexto en las luchas intestinas del Uruguay entre Blancos (apoyados por Paraguay) y Colorados (asistidos por el Imperio de Pedro II). López entendía muy bien que el juego anglo-lusitano sobre el pequeño estado-tapón, consistía en evitar que ambas márgenes del Plata pertenecieran al mismo país, y para el mariscal agredir a Uruguay desequilibraría a los Estados de la cuenca. La escalada empezó cuando Brasil apoya la revolución de Venancio Flores e invade Paysandú en agosto de 1864; Argentina justificó su entrada por la invasión paraguaya a Corrientes en abril de 1865.

Sobre el conflicto hay mucho investigado y escrito desde todos los puntos de vista. En esta ocasión recurrimos a Juan Bautista Alberdi, lúcido y drástico opositor a esa carnicería, junto con otros argentinos notables (C. Guido Spano, A. de Vedia, N. Oroño, J. Mármol, F. Frías, J. Hernández) a quienes escocía la gestión presidencial de Bartolomé Mitre (1862-1868), enfrentado a sangre y fuego con los caudillos provinciales.

Sarmiento, partidario de la guerra, sucedió a Mitre en 1869 y no supo mitigar los efectos políticos con una diplomacia eficaz que frenara las exorbitancias brasileñas. La consigna de su breve canciller Mariano Varela -"La victoria no da derechos"- fue mera retórica.
La frase del epígrafe corresponde al comentario que Alberdi hizo del mencionado "tratado secreto", y se halla en un libro que recopiló tres lapidarios ensayos de Alberdi contra la guerra y el gobierno mitrista, escritos en París en 1865, y que Ediciones de la Patria Grande (Buenos Aires, 1962) publicó con el título Historia de la Guerra del Paraguay.
La Argentina ya había logrado organizarse mediante la Constitución de 1853 en cumplimiento de los "pactos preexistentes". La díscola Buenos Aires -causa y efecto de los desequilibrios- se había reincorporado a la Confederación mediante los retoques de 1860, pero el país no terminaba de arrancar a causa del férreo centralismo del gobierno nacional, que producía el alzamiento de provincias mayoritariamente adversas a la guerra.

El diario La Nación lo crucificó como traidor y renegado porque Alberdi había llegado al hueso, apuntando certeramente contra un diseño macrocefálico, que finalmente consolidó los intereses agroexportadores usufructuando las regalías aduaneras. Y, desde entonces, la política argentina pivota para bien y para mal en torno de Buenos Aires ciudad y Buenos Aires provincia.

Para Alberdi, el dramático suceso constituía un episodio más de las inacabables luchas civiles en los territorios del antiguo Virreinato del Río de la Plata, conjugado con la obsesión brasileña por impedir su reunificación desde que la Casa de Braganza se mudara a estas costas. López no descartaba una confederación con países sucesores de España, y quizás por eso Alberdi presentía que Brasil procuraba no tanto su derrocamiento cuanto la destrucción de Paraguay como Estado.

La guerra no impidió la consolidación del unitarismo mitrista, reajustado poco después por la Generación del 80. La pobreza sigue siendo el sello distintivo de la periférica región del Norte Grande argentino, compuesta por nueve provincias del NEA y NOA, limítrofes con las meditarráneas Bolivia y Paraguay, que junto con la Patagonia están fuera del cuerno de oro del Mercosur.

El Mercosur

Corsi e ricorsi de la Historia: los cuatro contendientes de aquel despropósito militar iniciaron 120 años después -­y en Asunción!- un experimento de integración política, económica y social que no termina de cuajar, cuyo socio principal es el mismo que sacó la mejor tajada en la contienda, poniendo al derrotado en nivel de protectorado.

Paraguay posee una superficie de 406.752 km2 (casi 150 mil km² menos que en 1870) y más de 7,25 millones de habitantes calculados a 2019. De los 500.000 habitantes que había al empezar el conflicto, este aniquiló los dos tercios, en su mayoría varones. Hoy hace ingentes esfuerzos para desarrollarse, pese a la tutela brasileña y la desatención argentina. Con una economía poco diversificada, cuenta con el mayor crecimiento de PBI de América Latina y crece sostenidamente desde 1980.

Con los hermanos paraguayos coincidimos en la región del Gran Chaco; los cuatro fundadores del Mercosur comparten también el inmenso Sistema del Acuífero Guaraní y, sumada Bolivia, somos partes del Tratado de la Cuenca del Plata. Los diecisiete departamentos paraguayos integran la Zicosur, de la cual Salta es un factor indispensable. Por donde lo miremos, Paraguay debe ser centro de nuestra preocupación geoestratégica regional.

Todo lo que observó y desveló a Alberdi en su época se insume en nuestra incapacidad de haber construido un proyecto de país estable, integrado y equilibrado, de consistente federalismo.
Recordando aquel período desde la óptica de las relaciones bilaterales, Miguel A. Scenna -en “Argentina-Brasil, cuatro siglos de rivalidad” (Ed. La Bastilla. Buenos Aires, 1975)- expuso en varios capítulos cómo el Brasil monárquico y esclavista del siglo XIX y republicano en el XX fue articulando su geopolítica continental. Varias claves de ese derrotero se remontan a la Guerra de la Triple Alianza y fueron consideradas por Mario Travassos, talentoso geopolítico, cuyo libro “Proyección continental del Brasil” centró la atención de los intereses de su país en la Cuenca del Plata. Varios estudiosos argentinos también atendieron la problemática, pero nunca logramos sostener una unidad doctrinaria de similar calibre para el largo plazo por claudicación de nuestra dirigencia.
Augusto Roa Bastos (1917-2005) escribió el memorable relato “Encuentro con el traidor”, ambientado en la posguerra del Chaco, en el cual reflexionaba así: “La verdad también envejece, a veces más rápido que los hombres”. Es imprescindible recordar aquella tragedia para asumir la historia como fue y actuar en consecuencia. No permitamos que la verdad envejezca o muera definitivamente, en ninguna circunstancia.



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