Lic. Felipe Medina
El encuentro del
presidente Alberto Fernández con el Papa Francisco marcó más aún la diferencia
de Fernández con el expresidente Macri. El Papa estaba distendido, fue una
visita protocolar, pero llena de gratos momentos para ambos. Se dice que el
Santo Padre le dio permiso para tutearlo como lo hacía en Buenos Aires.
Dentro de ese
cambio, el presidente, en la conferencia de prensa posterior al encuentro con
el Pontífice, incorporó un concepto interesante: "prefiero no hablar de
grietas, sino de "cincha" ese juego famoso de niños para ver qué
grupo tiene más fuerza". Es alta la meta que anunciaba el presidente, es
grande su pretensión, pero no imposible. Ni verdes ni celestes, sin grietas ni
cinchas, pretende que los argentinos seamos capaces de reconstruir la sociedad,
la familia, el vecindario, con objetivos comunes. Al menos, esa fue la clara
consigna del Santo Padre para la Argentina, que Fernández intentó tomar como
propia. Una suerte de íntimo deseo para nuestro país, hoy tan violento y tan
sensible en lo cotidiano de su humor social.
Pero la cincha se
tensó entre la Iglesia de Argentina y la gestión del Fernández por la
reaparición del proyecto sobre el aborto. Los llamados celestes se confiaron en
el inesperado giro antiaborto del candidato y expresidente Macri, el revés que
tuvo el viejo proyecto en el Senado el año pasado y se durmieron en la
inacción, mientras los verdes nunca dejaron de militar sistemáticamente en la
sociedad transformando en la conciencia social masiva de que la despenalización
del aborto sería un triunfo del sentir del pueblo y no de un sector ideológico;
militancia que contó con el apoyo continuo de los medios de comunicación
estatales y privados. Esta nueva epopeya recién comienza y nos llevará todo el
año, en medio de una profunda crisis socioeconómica, que coopera con la idea de
la despenalización. Lo cierto es que nada es gratuito ni seguro, mucho menos el
aborto. Pero el debate abierto funcionará como anestésico para los problemas
más graves que deberá afrontar el país.
La esencia del
debate
Plantear el aborto
como un problema estrictamente religioso es uno de los errores más graves de
quienes están en contra, y una estrategia inteligente para los que están a
favor, ya que refuerzan el concepto de que el tema es de salud pública. Un
debate que profundiza la grieta y que hace un enorme contrapeso hacia las
instituciones religiosas de cualquier credo, que hoy, unas más y otros menos,
se encuentran cuestionadas por la sociedad y mantienen conflictos internos, con
escaso diálogo o posibilidad de unirse y caminar tras un objetivo común.
Para la Conferencia
Episcopal Argentina será un año desafiante. El proyecto de despenalización del
aborto ya tiene una base sólida en el nuevo protocolo de aborto no punible,
donde la ampliación de las condiciones para determinar la factibilidad ha
sobrepasado cuestiones básicas del derecho y responsabilidad de los padres
sobre la salud de sus hijas, dejando librado todo a la decisión del estado en
materia de educación y salud.
Habrá que esperar
que las instituciones religiosas, de modo especial, la Iglesia católica se
reorganicen y comiencen a trabajar por sus convicciones con una estrategia
lúcida, acorde a los tiempos que corren. Diálogo, unidad, acción, gestos
concretos hacen falta de un sector que en materia de defensa de la vida, parece
haber tirado la toalla antes de tiempo.
La vida es un valor
universal que debe defenderse y vivirse con justicia e involucra a todos sus
estados, el niño por nacer, el que nació y sufre pobreza y desnutrición, el que
es sometido a diversos modos de esclavitud, desde trabajo infantil hasta la
trata de personas. La vida de los jóvenes y los adultos que necesitan trabajar
y estudiar, que se les debe pagar salarios dignos, en un sistema liberar o en
un sistema popular. La vida de los ancianos que padecen soledad, sueldos magros
y poca o nula seguridad social. Defender la vida exige a las instituciones
religiosas y a la sociedad una gran responsabilidad, ser vigías del Estado que
administra los recursos y ser la voz de los sin voz, por eso el silencio de sectores
religiosos es su peor estrategia, ya que traiciona su misión de ser testigos y
profetas, y los convierte en cómplices de cualquier agresión a la vida y la
dignidad humana.
Proponer la
despenalización del aborto, además de inoportuno, es una verdadera humareda en
medio de una economía caótica tan cruel como el aborto para la vida humana.
El papa Francisco
puede tener las mejores intenciones de mediar por nuestra Patria ante
organismos internacionales, y el presidente Alberto Fernández ha manifestado también
querer la superación del país, pues para eso lo eligieron, pero si la sociedad
en general y sus instituciones permanecen en silencio, no participan con
propuestas realizables y no se ponen la Patria al hombro, vanos serán los
esfuerzos de unos pocos.
Esta crisis debe
ser una oportunidad para la Patria. La mentira mata, el silencio mata, la
violencia mata, la corrupción mata. No es sólo un genocidio aborigen, que
produce pena y es un gran escándalo para todos y cada uno de los argentinos:
hay un verdadero genocidio de argentinos a lo largo y a lo ancho de su
territorio que no distingue etnia, nivel de cultura ni sector social.
Desocupación, subocupación, hambre y miseria hacen un cóctel mortal junto a los
invasores de la Patria, narcotraficantes, corruptos y violentos.
Debemos
interesarnos por los pobres reales, o seguirán siendo funcionales al sistema,
donde hay un negocio que unos pocos ganan y los pobres se aumentan, un negocio
donde ellos participan pero no reciben nada. Un día, tras años de resentimiento
y miseria, alguien dará un grito diferente de guerra. Defender la vida debe
involucrar a todos los estados de la existencia humana. El que pueda hacer el
bien, aunque poco, que lo haga, y el que no, al menos no se mantenga
indiferente como quien mira una película. Somos todos responsables y todos
podemos aportar.
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