La mayoría de los viajeros extranjeros que cruzaron la Puna en el siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, y que dejaron como referencia sus escritos y memorias, hablan de la presencia de la “Fata Morgana” (Fatamorgana). Es evidente a partir de los textos que todos ellos se refieren al particular efecto que causa a los viajeros la presencia de los famosos espejismos, un fenómeno físico óptico que tiene que ver con la reflexión de la luz y que por las particulares condiciones climáticas de la Puna adquieren características extraordinarias en esas regiones. Precisamente los salares, esas extensas superficies blancas y planas, que alcanzan a cientos de kilómetros cuadrados se comportan como espejos. El salar de Uyuni, con sus diez mil kilómetros cuadrados, se ve desde el espacio como un espejo en el medio de los Andes Centrales y es uno de los rasgos más visibles de la América del Sur.
Los astronautas lo usan como punto fijo para calibrar sus instrumentos. Ciertamente estos “espejos” que conforman los salares son una de las mayores fuentes que generan los espejismos. Al igual que los extensos campos que los rodean. El hecho de que en el extremadamente seco desierto altoandino de golpe uno crea encontrarse con una laguna lejana genera una sensación de alucinación. Por supuesto que al avanzar hacia ese punto el “agua” desaparece y lo único que queda es la sal o la arena sedienta. Para los viajeros que hacían largas travesías en el reseco desierto el agua era esencial y de ella dependía la vida de las bestias y de las personas. Muchos de estos trajinantes, al pasar jornadas enteras donde no encontraban ni una gota de agua o sólo fuentes de aguas salobres o saladas, intomables, la necesidad del líquido elemento se les tornaba en obsesión.
Existe una rica literatura creada en los países árabes acerca de los espejismos. Todos nos hemos deleitado con aquellas historietas de los viajeros del desierto que muertos de sed comienzan a alucinar a través de los espejismos que se transforman para ellos en lagos como los “Bahr el Shaitan” o Lagos de Satán, nombre con el que los árabes los designan; o en oasis con bellas odaliscas que les ofrecen jarras de limonada helada! Ramón Núñez, un viejo minero salteño que estuvo perdido una semana entre los salares de Rincón y Arizaro en el oeste árido de la Puna salteña, me supo comentar que cuando ya perdía el conocimiento tuvo alucinaciones en las cuales una hermosa señorita le ofrecía una botella helada de gaseosa que transpiraba gotas frías de condensación a su alrededor. Fue encontrado inconsciente y semicongelado al punto que tuvieron que apuntarle varios dedos del pie.
Ramón Núñez fue prospector, cateador, descubridor de minas y un impulsor de la minería salteña, con lo cual estas palabras sirven como un homenaje para recordar su memoria. En la Puna, la atmósfera se presenta normalmente diáfana y las radiaciones solares son intensas, jugando un papel importante las radiaciones ultravioletas que ocasionan un rápido tostado de la piel. La transparencia del aire produce confusiones en cuanto a las distancias reales de los objetos. Así una montaña que pareciera estar a escasa distancia se encuentra a decenas de kilómetros, lo cual habla a su vez de la profunda visibilidad horizontal. El cielo se muestra de un color azul intenso y generalmente sin nubes. Por las noches es posible observar con gran nitidez los objetos celestes, y es muy común ver la caída de “estrellas fugaces” (meteoritos) y ese “río lechoso de estrellas” que conforma la Vía Láctea. Como dijimos un fenómeno óptico notable son los espejismos o fatamorganas (mirage en inglés). Son innumerables los viajeros que los mencionan. Entre ellos pueden citarse a Brackebusch, Ambrosetti, Boman, Reichert, Caplain, Bernabé, Bowman, Catalano y muchos otros.
Las descripciones varían según los lugares, sea en el interior de los salares o en los campos de las orillas. Así se cree ver ríos y lagos en medio del más seco desierto; o montañas cortadas por sus lados y suspendidas en el aire, o bien invertidas con sus cúspides hacia abajo. Muchos mencionan paisajes de ciudades o castillos alargados y flotando en el aire, flamencos o tolares suspendidos a una distancia de la superficie, lagos que van de orilla a orilla de las depresiones, y aún en tiempos más modernos hasta ovnis y extraterrestres! Así, lo que en realidad es una pequeña roca aparece como un castillo, un ave como un monstruo, una montaña como una ciudad y todo ello debido a que los espejismos deforman, amplían, contraen o distorsionan los objetos. Muchos paisajes de la Puna tienen el aspecto de ciudades en ruinas o de castillos y esto tiene que ver con la amplia distribución de un tipo de roca volcánica muy fácil de erosionar por el agua y el viento como son las ignimbritas. Estas especiales coladas volcánicas tienen una superficie superior plana y muestran acantilados a su alrededor. Vistas a la distancia a través de un espejismo pueden ser fácilmente confundidas con ciudades fantasmales o surrealistas.
Lo cierto es que los viajeros científicos extranjeros, especialmente alemanes, suecos, suizos, franceses e italianos creyeron estar en presencia de las fatamorganas. Estas fueron descriptas originalmente en el Estrecho de Messina en Sicilia y reciben su nombre del italiano por el “hada Morgana”, que según cuenta la leyenda era un hada cambiante. Los espejismos en la Puna se dan en razón de que el aire se calienta mucho en contacto con la superficie del suelo. Los salares son superficies fuertemente reflectantes. Se producen capas de aire caliente y otras de aire más frío con la altura. Esto hace que la luz se desvié por las diferentes densidades del aire, en función de la temperatura, generando una especie de superficie líquida que no es agua real. El aire actúa como una lente que curva los rayos de luz y presenta una imagen distorsionada, invertida o aumentada en una posición diferente. El espejismo en cambio sí existe, es real, y por eso lo podemos fotografiar.
Leyendo un poema sobre “La Puna” del jujeño Raúl Galán en su libro Carne de Tierra (1952), descubrí una perfecta descripción de los espejismos oculto en la belleza de la metáfora: “Es tan rara la luz de estos lugares/ y la sal de los yermos en la altura/ que parecen mentira los tolares”. Y remata su soneto diciendo: ¿Qué perversa deidad, que diosa oscura/ se ha puesto a imaginar estos altares/ de piedra en soledad y desventura? Belleza semántica y semiótica. Lenguaje de oro puro para explicar el todo en pocas líneas.
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