Dr. Ricardo Alonso |
En todas las áreas
de las ciencias, el conocimiento se ha multiplicado geométricamente. El cúmulo
de información científica es inabarcable. El especialista, en el campo que sea,
cubre apenas una milésima del conocimiento sobre su propia área de investigación.
Se han expandido los horizontes del espacio y del tiempo en escalas que van
desde lo infinitamente pequeño a lo infinitamente grande; desde la
milmillonésima de segundo a los miles de millones de años.
Los científicos
trabajan acaloradamente en parcelas mínimas de una rama de las ciencias
logrando apenas, como nos recuerda Newton, gotas de sabiduría en un océano de
ignorancia. Los paradigmas se desploman y surgen nuevos modelos acompañados por
las poderosas herramientas de la informática. Telescopios espaciales,
colisionadores de hadrones, microscopios electrónicos, satélites, internet,
instrumentos ópticos y electrónicos, detectores físicos de ondas y partículas,
entre otras maravillas tecnológicas, apuran y multiplican el avance del
conocimiento en una carrera vertiginosa. Aristóteles y Ptolomeo hicieron valer
sus teorías por 1.500 años.
Sin embargo, en los
últimos cinco siglos, de ser el centro del universo pasamos a ser una mota en
el espacio, de la concepción de un mundo joven creado en siete días, 4.004 años
antes del obispo Ussher, pasamos a una Tierra de 4.566 millones de años y un
universo de 13.700 millones; de creernos los reyes de la creación pasamos a
descubrir que somos apenas una rama lateral del homo; de la
"eternidad" de las montañas y la inmovilidad de los continentes
derivamos a exactamente todo lo contrario; de la seguridad de un mundo
protegido por los arcanos pasamos a descubrir que estamos expuestos a
catástrofes cósmicas, geológicas o climáticas que pueden borrar la civilización
de un plumazo.
El filósofo e
historiador americano Will Durant lo dijo en forma terminante: "La
civilización existe por consentimiento geológico". En el siglo XVII la
Geología nació como una manera de abrir los campos con respecto a la Teología,
estudiando una las cosas de la "tierra" y reservándose la otra las
cosas del "cielo". Desde entonces los enfoques sobre la Tierra fueron
cambiando tanto en su concepción interna, como en su origen, evolución y su
lugar espacial y especial en el sistema solar.
Las geociencias
La palabra geología
se quedó corta y fueron germinando las geociencias con un más amplio espectro y
una integración e interrelación de conjunto. Lo cierto es que surgieron y
surgen todos los días neologismos para definir y describir los objetos y los
fenómenos asociados. El idioma de la ciencia va alcanzando un grado de
complejidad tal que solo unos pocos iniciados pueden leer un texto científico,
incluso de su propia disciplina.
Ahora bien ¿puede
el conocimiento quedar encerrado en un claustro? ¿Cómo se logra irradiar y
democratizar ese conocimiento para que alcance a todas las capas de la
sociedad?
Hay una sola manera
y es a través de la divulgación científica, preferentemente escrita por los
propios científicos. Decenas de revistas, secciones de diarios y programas de
televisión instalan en la agenda colectiva los temas de relevancia sobre cada
nuevo avance o descubrimiento que se logra en las ciencias del Cosmos, de la
Tierra o de la vida. Pasaron los tiempos en que un autor podía escribir una
enciclopedia o diccionario de su ciencia, técnica o arte.
Estoy pensando en
esa obra monumental que es el Diccionario de Filosofía de José Ferrater Mora,
la Enciclopedia Biográfica de Ciencia y Tecnología de Isaac Asimov, el
"María Moliner", o entre nosotros el "Cutolo" o el
"Abad de Santillán", muchos de ellos obras de una vida entera. Por
ello encarar hoy un diccionario de actualización del conocimiento no deja de
ser una tarea titánica, aun cuando se deba recurrir a múltiples colaboradores.
Precisamente esto
es lo que hizo la doctora Irina Podgorny, académica de la Universidad Nacional
de La Plata e investigadora del CONICET quien acaba de dar a luz su
"Diccionario Histórico de las Ciencias de la Tierra en la Argentina"
(Archivo Histórico del Museo de La Plata, Prohistoria Ediciones, Rosario-La
Plata, 2016). Un volumen de 400 páginas, a doble columna, en papel ilustración
y láminas al uso, ponen en valor una amplia variedad de temas del mundo de las
geociencias, tanto históricos como actuales.
El libro surgió
como un proyecto dentro del CONICET y convocó a 73 autores, artistas y
diseñadores, pertenecientes a numerosas universidades e instituciones
científicas y académicas, nacionales y extranjeras. El diccionario, ordenado
alfabéticamente, tiene entradas que a su vez remiten a otras entradas lo que va
enriqueciendo la lectura por la concatenación de textos. Gran parte de esta
labor de hilado fino estuvo a cargo de la doctora Alejandra Pupio del Museo de
La Plata, mientras que la composición y diseño se deben al prolijo trabajo de
Agustina Martínez Azpelicueta.
La obra está
dedicada (In memoriam) al eminente científico profesor doctor Horacio H.
Camacho (1922-2015). En el diccionario se pueden encontrar referencias a
instituciones tales como academias de ciencias, sociedades y asociaciones
científicas, exposiciones universales, universidades, museos, organismos
estatales (SEGEMAR, DGFM, CNEA, YPF, YCF, etc.); temáticas técnicas como
geología y paleontología antártica, catástrofes naturales (erupciones
volcánicas, inundaciones, terremotos), paleoclimas, cosmologías indígenas,
glaciaciones, meteoritos y cráteres de impacto, minerales argentinos nuevos
para la ciencia, etc.; disciplinas como Astrobiología, Climatología, Geofísica,
Yacimientos Metalíferos, Oceanografía, Geoquímica, Hidrogeología, Mineralogía,
Suelos, Petrología, Sismología, Volcanología, etc.; temas mineros relacionados
con aguas minerales, azogue (mercurio), carbón, geología médica, minerales
medicinales, legislación minera, minería precolombina, petróleo, rocas de
aplicación, etc.; instrumental de uso en ciencias de la Tierra.
Una de las
secciones más rica es la biografía de los grandes sabios que influyeron en el
conocimiento de nuestra región. Un total de 41 científicos, entre hombres y
mujeres, extranjeros y argentinos, a veces desconocidos para el gran público
están tratados en la obra colectiva. Entre ellos Florentino Ameghino y su menos
conocido hermano Carlos que lo secundó en la búsqueda de fósiles; Juan Keidel
que le aportó información clave a Wegener para su teoría de la deriva
continental; el Dr. José María Sobral que pasó a la historia como
"alférez"; Juan José Nágera (entrerriano) y Franco Pastore (cuyano),
los dos primeros geólogos argentinos cuyas bibliotecas son el núcleo de la
biblioteca de Geología de la UNSa; la Dra. Edelmira Mórtola, madre de los
mineralogistas argentinos; Leopoldo Arnaud que descubrió el petróleo de
Tartagal en la expedición Victorica al Chaco; los italianos Feruglio, Frenguelli,
Fossa- Mancini y Bonarelli; los alemanes Stelzner, Doering, Bedenbender,
Groebber, Hauthal, Windahausen, Rassmuss; los franceses D'Orbigny, Bravard y
Tournouer, entre muchos otros.
El Diccionario contiene
además 23 entradas a paisajes clásicos argentinos, muchos de ellos parques
nacionales o lugares de gran interés turístico tales como Cataratas del Iguazú,
Talampaya, Quebrada de Humahuaca, Salinas Grandes, Ischigualasto, Glaciar
Perito Moreno, Cerro Aconcagua, Esteros del Iberá, etcétera. Precisamente la
foto de tapa, tomada por Adriana Miranda, muestra una escena típica del Valle
de la Luna en San Juan, un paraíso de los dinosaurios triásicos.
El Diccionario, que
podrá adquirirse en las librerías del país, fue presentado por la Dra. Podgorny
en el Museo de La Plata en septiembre de 2016, en el marco del Cuarto Congreso
Argentino de Historia de la Geología.
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