Dr. Ricardo Gómez Diez, 05/julio/2012 para El Tribuno
Cualquier tratado de economía enseña que la moneda debe cumplir tres funciones: a) Unidad de cuenta: es decir se la utiliza para expresar el precio de los distintos bienes y servicios y poder de esta manera comparar costos; b) Medio de pago: se la usa para cancelar el precio de lo que se adquiere; c) Reserva de valor: implica que con la misma cantidad de moneda se pueda comprar la misma cantidad de bienes a lo largo del tiempo.
Si un argentino medio con alguna capacidad de ahorro coloca sus tenencias en pesos en plazo fijo en el banco al 12% de interés anual y la inflación es del 25%, está claro que paulatinamente su dinero va perdiendo valor. Lo que acontece es que con la inflación el peso ha perdido uno de los atributos que caracteriza a la moneda, que es el de ser reserva de valor. Esta es la razón por la cual personas demandan dólares para ahorrar.
En marzo de este año, los legisladores oficialistas estrenaron su mayoría en el Congreso y sancionaron la Ley 26.739, modificatoria de la Carta Orgánica del Banco Central. Por la misma se derogó el artículo 3 de la Ley 24.144, que establecía que la misión del Banco era “preservar el valor de la moneda” y “salvaguardar las funciones del dinero como reserva de valor”. También derogaron la regla establecida por Néstor Kirchner de que las reservas del Central debían cubrir el 100% de la base monetaria y se amplió la posibilidad de préstamos en pesos del Central al Estado por un importe equivalente al 12% de la base monetaria y el 20% de los recursos totales que la Nación haya percibido en los últimos doce meses. De esta manera se cambió la misión del Central, se debilitó el respaldo del peso y se autorizó a emitir más pesos para prestárselos al Gobierno, todo lo cual significa más inflación.
Las consecuencias están a la vista, por la inflación los pesos queman en las manos y se huye hacia el consumo o al dólar.
La mejor prueba de que el peso no es reserva de valor, es que en sus declaraciones juradas la mayor parte de los funcionarios declaran que tienen sus ahorros en dólares. La Presidenta ha declarado tenencias en efectivo por más de tres millones de dólares y los ministros también declaran poseer dólares. El actual senador nacional Aníbal Fernández, manifestó que tiene dólares porque con su plata hace lo que quiere y luego pasó a señalar que no es un “idiota” como para cambiarlos al cambio oficial que fija el Gobierno al que pertenece.
La Presidenta intenta frenar la demanda de dólares con una política cortoplacista, que consiste en restringir la compra de moneda extranjera, limitar las importaciones, los pagos y el giro de utilidades al exterior. Las consecuencias de esta política están a la vista: un tercio de los ahorros en dólares que estaban en los bancos fueron retirados de los mismos, con lo que se limitó la financiación de exportaciones que se hacía con esos fondos; se creó un mercado paralelo en el cual el dólar vale un 30% más que en el mercado oficial; la limitación indiscriminada de importaciones crea problemas a la economía, ya que bienes que se fabrican en la Argentina tienen componentes importados; además está claro que no puede haber inversión en un país que restringe pagos y remesa de utilidades.
Lo que acontece es que el Gobierno carece de políticas serias que estén de acuerdo a las circunstancias. No hay un ministro de Economía que coordine técnicamente los esfuerzos que deben realizarse y se los explique a la población; por una mala política energética se perdió el autoabastecimiento y ahora deben gastarse 10.000 millones de dólares anuales para importar energía; en este sector además para recuperar posiciones hay que invertir 7.000 millones de dólares anuales durante los próximos años; fracasó la política de transportes, ya que pese a los recursos disponibles no se invirtió en infraestructura y lo prueba el accidente ferroviario de este año que costó la vida a 51 compatriotas; se perdió la competitividad del tipo de cambio; el país se sojizó por falta de una política de rotación de suelos y de apoyo a la diversificación productiva; se perdieron los superávits gemelos fiscal y externo, que se decía eran los pilares del modelo; la economía comenzó a desacelerarse; desde el atril presidencial se hacen anuncios que luego no se concretan lo que significa que falta gestión; la presión impositiva es cada día mayor y si no que lo digan los trabajadores y jubilados que ahora pagan ganancias; todo lo expuesto solo para citar solo algunos ejemplos.
Alberto Fernández, quien fuera jefe de Gabinete de ministros del actual Gobierno, escribió un libro donde describe su paso por el poder y en el que narra que el entorno presidencial no se anima a decirle a la Presidenta lo que no quiere oír. El poder aísla, pero está en la sabiduría del gobernante el ver la realidad y en los gobernadores y legisladores oficialistas el dejar de lado el temor y la obsecuencia. Es imperioso que el Gobierno instrumente un plan antiinflacionario que ponga límites a la depreciación del peso. En América Latina solo Venezuela tiene índices inflacionarios similares a los nuestros y para dar un dato Perú tiene más reservas que la Argentina. Si el modelo va a ser inflación y emisión monetaria, nos esperan tiempos difíciles. Hay sí un elemento positivo que debería inducir al camino de la racionalidad; en 2001, cuando llegó la crisis, la tonelada de soja costaba 182 dólares, hoy su valor ronda los 540 dólares. Con estos precios no deberían faltar dólares ni inversiones, el problema está entonces en la falta de una política económica que genere estabilidad y confianza.
Pensando el futuro regional desde el disenso. Las ideas expresadas son exclusiva responsabilidad de los autores. De ninguna manera reflejan una opinión grupal, colectiva ni tampoco del administrador del Grupo.
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