Dr. Ricardo Alonso, Geólogo, 12 sept 2011, para El Tribuno
El terremoto de 2010 dio pie a una serie de interpretaciones que rozan el límite entre la ciencia y la religión.
El Milagro es recordar las procesiones cuando se era niño de la mano del papá y de la mamá.
El Milagro es la fiesta mayor de los salteños. El Milagro es recordar las procesiones cuando se era niño y se iba de la mano del papá y la mamá; es la apoteosis de esas imágenes gigantescas, que se elevaban desde la mirada asombrada del pequeño; son los perfumes de los naranjos de septiembre; es la llegada de columnas de lejanos peregrinos y promesantes; son las campanadas, despidiendo las imágenes a la oración; y también las manzanas confitadas y los dulces y golosinas que se recibían esos días.
Digo que el Milagro es algo serio, algo profundo que llevamos muy adentro los salteños nacidos en este suelo, más allá de ser o no ser creyentes. Pero veamos qué se sabe del origen del culto del Milagro. Para ello tenemos que remontarnos a la vieja ciudad de Esteco, que fuera fundada por los españoles en el Chaco salteño a la vera del río Juramento en el siglo XVI.
Esta ciudad colonial fue destruida por un fuerte terremoto de magnitud cercana a 7,5 un fatídico martes 13 de septiembre de 1692 a las 11 de la mañana. La ciudad de Salta sufrió los duros remezones provenientes de las ondas epicéntricas que golpearon todo el noroeste argentino y regiones vecinas.
Fue allí cuando nuestros viejos comprovincianos descubrieron que tenían mal guardadas dos imágenes que habían llegado desde el Alto Perú. La idea de la época era muy clara: los terremotos y otros desastres naturales eran un castigo divino a las acciones pecadoras de los hombres, como un recuerdo atávico de las viejas ciudades de Sodoma y Gomorra. Ese mismo 1692, otra “ciudad pecadora”, Port Royal, en Jamaica, desapareció por un terremoto seguido de tsunami con igual intensidad al de nuestra Esteco. También allí se echaron las culpas a la vida licenciosa y a la falta devocional.
En el caso de Jamaica, bebida, sexo y piratería fueron el cóctel ideal para que sufrieran el castigo reparador. En Salta el sismo fue una severa alerta para los viejos españoles que moraban en nuestro suelo colonial. Las imágenes del Señor y la Virgen del Milagro fueron sacadas en procesión y quedo el 15 de septiembre como día del Pacto de Fidelidad entre lo celeste y lo terrenal.
Comenzaron a transcurrir los siglos y desde entonces la región se ha visto golpeada en repetidas oportunidades por sismos de diferentes intensidades que han causado daños de distinta consideración a la vida y a los bienes de los habitantes.
Entre ellos podemos mencionar el de enero de 1826 en Trancas, que no solo destrozó esa pequeña villa tucumana sino que destruyó también el viejo pueblo de Rosario de la Frontera. No sabemos qué repercusión tuvo este terremoto en la ciudad de Salta y otros pueblos del Valle de Lerma.
El hallazgo de un manuscrito inédito correspondiente al “Diario Personal” de un comerciante español radicado en Guachipas desde fines del siglo XVIII arroja luz sobre el evento. Se trata de José Domínguez de Morón (casado en primeras nupcias con Josefa Benita Escobar Castellanos y en segundas, con doña Petrona Ubierna y Cámara), quien el 19 de enero de 1826 escribió lo siguiente: “En este día jueves, al nacer el sol, en este mismo instante, tembló la tierra con tan espantoso terremoto que quedamos todos los vivientes conturbados, aturdidos y como sin sentido” (Una copia del manuscrito se encuentra en la Biblioteca J. Armando Caro, Cerrillos, Salta).
Es interesante resaltar que en el sismo de Salta de febrero de 2010, se repitió la misma sensación en la gente e incluso en las aves -que dejaron de cantar- y se produjo un largo silencio. A este le siguieron los de 1844, 1863, 1871, 1874, 1899, 1908 y 1930. Este último destruyó completamente el viejo pueblo de La Poma en vísperas de Navidad, dejando un luctuoso saldo de más de 36 muertos y decenas de heridos.
Fue sin dudas el peor terremoto en la historia de Salta por el número de víctimas, ya que nada sabemos de lo que pasó en Esteco en este sentido. Además el único que ocurrió al oeste de la provincia, cuando todos los demás, por arriba de magnitud 5, se produjeron al este.
Luego sucedería el de 1948, a la misma latitud de la ciudad de Salta, pero al este del departamento de Gral. Gemes, todavía grabado en la memoria colectiva a través de padres y abuelos.
También hubo sismos de mayor o menor intensidad en 1959, 1966, 1973, 1974, 1993 y 2010, este último en pleno Valle de Lerma. A la sazón véase mi reciente libro (Alonso, R. N., 2010. “Riesgos geológicos en el norte argentino. Terremotos, volcanes, avalanchas, inundaciones, desertización y otros fenómenos naturales”. Mundo Gráfico Salta Editorial, ISBN 978-987-1618-50-7, 244 págs. Salta), donde se analizan los fenómenos naturales desde la óptica científica. Sin embargo, el terremoto de 2010 dio pie a una serie de interpretaciones que rozan el límite entre la ciencia y la religión.
Desde el punto de vista sismológico fue considerado como un “terremoto anómalo”, ya que por su profundidad, intensidad y cercanía epicentral, debería haber causado daños mayores a la ciudad. La energía se disipó hacia la Quebrada del Toro, la cual quedó severamente dañada, pero permitió que la ciudad de Salta solo sufriera un fuerte remezón con consecuencias menores. Esto dio pie a que los salteños de fe lo consideraran un “acto de Dios”, de advertencia, que contó con la protección de los patrones tutelares. Precisamente este tema lo hemos debatido desde la religión y desde la ciencia con el señor arzobispo de Salta, monseñor Mario Antonio Cargnello, y un nutrido grupo de sacerdotes católicos en un evento organizado a este propósito en la capilla de San Lorenzo el 12 de abril de 2011.
El domingo 4 de septiembre de 2011, en una entrevista realizada a monseñor Pedro Lira en El Tribuno, este sabio sacerdote, de 96 años de vida, se explayó sobre diferentes facetas de la espiritualidad. Cuando la periodista le preguntó sobre los terremotos, dijo que había que realizar “una cruzada de 400 mil salteños, para que entre todos paremos los terremotos” (pág. 37). Comentó que “tenemos que pedírselo al Señor y a la Virgen, son nuestros patronos y para ellos no hay nada imposible, si nosotros se lo pedimos con fe”. Y recalcó que “si todos nos uniéramos en este pedido con intensidad, podríamos detener los fenómenos naturales”. La historia demuestra que los terremotos se han seguido produciendo independientemente de cuanta fidelidad hayamos demostrado los salteños a nuestros patronos a lo largo de los siglos. Lo que sí está claro es que ni 400 mil salteños, ni 40 millones de argentinos, ni tampoco 4.000 millones de humanos rezando pueden frenar un terremoto, aunque, obviamente, sería maravilloso que así fuera.
Pensando el futuro regional desde el disenso. Las ideas expresadas son exclusiva responsabilidad de los autores. De ninguna manera reflejan una opinión grupal, colectiva ni tampoco del administrador del Grupo.
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Respecto a la oración y su poder es un tema largo de analizar, pero es interesante observar que en tiempos antiguos, cuando casi todo estaba perdido, fue la oración la que permitió vislumbrar las salidas. Entonces es por necesidad profunda de la conciencia humana, a la que se apela para hallar una salida del oscurantismo. ¿Pero a que tipo de oración hacemos referencia?, ¿al repetir continuo sin saber o sentir lo que se dice?, ¿a un pedido o demanda a alguien?. Creo que desde la época de la oración Hecicasta de los Monjes del MOnte Athos (http://www.terra.es/personal/javierou/con-athos.htm), mucho es lo que se ha desvirtuado. Pero la verdadera Oración de aquella época es muy distinta a la que se ve en estas reuniones religiosas. Ellos hablaban de otros estados, de un camino para llegar a otras formas de percepción del tiempo y del espacio.
ResponderEliminarDaniel Robaldo