Dr. Gustavo Barbarán
La
globalización mostró una de sus facetas más oscuras. La pandemia no puede pasar
sin consecuencias, sin que se sepa realmente cómo y por qué llegamos a
semejante situación, descartando cualquier teoría conspirativa.
Es el momento adecuado para reflexionar sobre su incidencia en la política
internacional, por un lado; por otro, cómo aprovecharemos las oportunidades que
genere esta crisis... si las detectamos.
Por primera vez en la historia, una catástrofe biológica produce tamaña conmoción
por los presumibles efectos sociales y económicos sobrevinientes. Imposible
prever con certeza el comportamiento de la economía mundial pos pandemia, salvo
que será duro para todos los países; de hecho, los “emergentes” la pasaremos
peor.
Las desorientadas dirigencias gubernamentales y no gubernamentales vacilan,
contagian incertidumbres y la gente se asusta. Cientos de análisis y
propuestas, que circulan como virus, poseen una fuerte carga ideológica. No es
buena señal.
¿“Nuevo”
orden?
En
circunstancias dramáticas nunca faltan quienes pronostican que el mundo
cambiará para siempre. ¿Preludio del nuevo orden? ¿Acaso vivimos en orden
internacional? Mejor observemos un poco el mundo arrasado por el COVID-19, pues
antes que cambios drásticos cabría intentar una vuelta de tuerca.
En la actualidad este diablo mundo no está en “orden”. Existirá siempre y
cuando la comunidad internacional acuerde regularse mediante principios de
convivencia “erga omnes”, adaptados a los requerimientos de la primera mitad
del siglo XXI.
Un orden mundial será confiable si además conlleva un equilibrado esquema de
seguridad estratégica, para resguardo de la paz y seguridad internacionales.
Tampoco lo hay con esas características.
En realidad, lo que subsiste es el desvencijado “sistema” de Naciones Unidas,
surgido en la inmediata posguerra. Un año antes, junio de 1944, le precedió
otro, económico-financiero, que con los años demostró eficacia para ordenar la
economía de posguerra a gusto de las grandes potencias industriales. De los
Acuerdos de Bretton Woods surgieron el FMI, el Banco Mundial y el GATT (hoy
OMC), mecanismos multilaterales cuestionados desde hace tiempo y que hoy son
parte del problema.
Así se gobierna “institucionalmente” el mundo. Hay otros actores internacionales,
también de dudosa eficacia, comandados por grupos más reducidos de países que
operan como poder mundial superestructural: G 7 + 1, G 20, OTAN, OCDE y
similares. Es un aspecto para considerar con atención, pues no hay propuestas
claras para los graves problemas humanos.
Las
grandes potencias
Lo otro
es la geopolítica. Difícil que surja un nuevo orden -seguro y confiable,
solidario y responsable- mientras las grandes potencias disputen como lo están
haciendo. ¿Es solo tarea de China y Estados Unidos; el resto meros
espectadores? ¿Qué sobrevendrá de la renovada confrontación entre potencias
marítimas y potencias territoriales?
Después de la autoproclamada unipolaridad norteamericana de los años ’90 (el
“fin de la historia”), ¿habrá que asumir con resignación una bipolaridad? ¿Con
Trump y Xi Jinping a la cabeza? ¿Confiaremos en ellos aunque acomoden bien sus
cargas?
La geopolítica implica una construcción desde los Estados en función del poder
nacional. Habiendo oportunidad para la multipolaridad de países o de bloques de
países, ¿cuál será la opción de la Argentina?, ¿asimilarnos a lo que venga?,
¿asumir otra alianza carnal con Estados Unidos?, ¿negociar con China o con
Rusia?, ¿o con la Unión Europea? ¿Qué pasará con Brasil? Estos son movimientos
tectónicos independientes de virus y parece que no lo advertimos.
Etnocentrismo
cultural
Por lo
demás, vaticinios de viejos y nuevos augures, típicos de círculos intelectuales
y mass media de Europa y Estados Unidos, llegan enlatados a estos pagos y los
consumimos sin beneficio de inventario. Ese etnocentrismo cultural, del que
somos solícitos tributarios, a la postre termina imponiendo una agenda que nos
desenfoca de nuestro problema central y sus derivaciones. Y al comprar
cualquier verdura, resignamos el manejo de los propios tiempos y prioridades, enredados
en discusiones sobrecargadas (por ejemplo, si los niños son del Estado o de las
familias que debate la España de Pedro Sánchez, aborto libre y gratuito,
políticas de género radicalizadas, intangibilidad de los recursos naturales,
más Estado o menos Estado, etc.).
A fines de 2019, la pobreza atrapó al 35,5% de los argentinos; diez puntos más
en Salta. ¿Nadie se hará cargo? Pero la pobreza y la indigencia son
consecuencias directas del subdesarrollo: ¿cuándo asumiremos que ese es nuestro
centenario problema central que requiere nuestro mayor esfuerzo? ¿Nos olvidamos
ya de las causas de las crisis que sacudieron Latinoamérica y otros países del
mundo en 2019? No obstante, sigue creciendo la obscena brecha entre los más
ricos y los más pobres, personas o países.
Así las cosas, los países que pugnan por zafar del subdesarrollo, ¿pueden
emerger sin reglas de juego cooperativas y solidarias? En tales condiciones,
¿cómo participar equitativamente en foros
internacionales para acordar medidas para la coyuntura económica y sanitaria?
Basta de jugar con naipes marcados.
En semejante contexto, del fárrago de lecturas consideradas para esta nota,
muchas ayudan a pensar. Desde H. Kissinger advirtiendo una alteración del orden
mundial “para siempre”, requiriendo más cooperación internacional para
planificar una nueva época; hasta el inclasificable Slavoj Zizek pronosticando
que la pandemia será un golpe fatal al capitalismo y “podría conducir a la
reinvención del comunismo”; pasando por The Economist que, en editorial del 26
de marzo pasado (“El estado en el tiempo del COVID-19”) se preocupaba por la
“expansión” del Estado y cuándo y cómo ponerlo en su lugar; o Yuval Harari
advirtiendo sobre el peligroso advenimiento de un mundo orwelliano. Más
provecho saqué de Mariana Mazzucato (“La triple crisis del capitalismo”) y
David Harvey (“Política anticapitalista en tiempos de coronavirus), quienes
desde su óptica ofrecen aportes interesantes y necesarios a la hora de discutir
el futuro inmediato.
Se impone una agenda coyuntural con temas de urgente abordaje, sin perjuicio de
ser también de largo plazo:
1º) Imprescindible analizar el futuro inmediato de las relaciones de trabajo y
el mantenimiento del empleo, cualesquiera sean sus modalidades.
2º) La inversión de capital debe orientarse a la producción de bienes y
servicios, acotando la prevalencia del capitalismo financiero.
3º) A propósito, resolver del modo más equitativo las deudas externas
estatales, poniendo en caja a los insaciables fondos especulativos.
4º) Implementación impostergable de medidas que aseguren un uso
responsable de los recursos naturales nacionales.
5º) Replantear la demografía, apuntando a la desconcentración humana en las
grandes metrópolis.
Esta
lista no es taxativa.
Finalizamos
acá con una vieja muletilla, que en esta ocasión aplica mejor que nunca: el
mundo no se adapta a cada doctrina de los Estados, sino que las políticas se
adecuan a los hechos. Nunca habrá un orden mundial justo y pacífico con Estados
nacionales que boguen a la deriva.
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