Dr. Gustavo Barbarán
Abogado
Ocurrió, sí, el terremoto. Preparémonos para un
tsunami de consecuencias inimaginables. Más allá de contagios y muertes, que
tanto dolor ocasionarán, lo dramático será levantar una economía devastada no
solo por una enfermedad sino por gobiernos y dirigencias que no estuvieron a la
altura del mandato conferido, incapaces de construir un proyecto nacional
aglutinador y de largo alcance. Los responsables circulan, también, como el
coronavirus.
¿Estamos preparados para lo que vendrá? La filosofía
de cafetín, tan argenta, usaba un recurso retórico con el que se explicaría
nuestro eterno despiste: "Lo que pasa es que nunca padecimos una guerra
como en Europa". Bueno, finalmente se instaló una guerra sin cañones ni
misiles, una contienda que nos encuentra con la guardia baja, poniendo bajo el
sol lo que todos sospechábamos: carecemos de infraestructuras para soportar los
cimbronazos que se avecinan.
Churchill, en el momento justo, ofreció a su pueblo
sólo sangre, sudor y lágrimas; era lo que se imponía en aquel conflicto
inhumano. El presidente Fernández no puede ofrecernos la tríada de aquel primer
ministro inglés, pero asumió con decisión el protagonismo que marcan estas
horas aciagas. Sin embargo, no fue contundente para reclamar en estas instancias
responsabilidad, solidaridad y patriotismo. Tales valores contienen componentes
que contribuyen a caracterizarlos. Podríamos proponer otros de igual
intensidad, pero bastan esos a los efectos de esta nota.
Veamos entonces, ¿se puede ser responsable sin
asumir que la responsabilidad presupone una obligación moral indicativa de cómo
afrontar una cuestión determinada? Asimismo, siendo que la solidaridad implica
acompañarnos dentro de una comunidad de intereses, ¿se puede ser solidario en
una sociedad que detesta las reglas y, más aún, cumplirlas? Por último, ¿juega
para algo el patriotismo? ¿es válido invocarlo? Patriotismo significa
sencillamente amar a la patria, y existe cuando tomamos conciencia del amor por
todos, excelsa expresión de la caridad; no hay patriotismo sin desprendimiento
personal o, desde otra perspectiva, sin objetivos generales trascendentes.
Alguien imaginaría que los argentinos con sueldos y
jubilaciones privilegiados, jueces, funcionarios públicos y legisladores,
ofrezcan un cuarto de sus emolumentos para destinarlos a desocupados y
cuentapropistas, durante el tiempo que sea menester. ¿No sería eso un signo del
nuevo tiempo al que aspiramos? Millones de compatriotas caerán en tropel en la
indigencia.
Por eso tantas peguntas que carcomen, pero apuntan
a constatar si espiritualmente estamos preparados para reclamarnos
responsabilidad, solidaridad y patriotismo a nivel de virtudes.
Los discursos del 24 de marzo y la alianza entre
pañuelos blancos y verdes son un signo claro de que la obcecación ideológica
goza de buena salud y transcurre esta tregua de mala gana.
Cuando esto se aplaque y, mejor, concluya
definitivamente, ¿superaremos las confrontaciones radicalizadas que nos
arrinconaron en la visión agonal de la política, "nosotros" y "ellos",
las dos veredas? ¿hay margen para la política arquitectónica? ¿cuánto más
tardaremos en asumir que nuestro frágil entramado político institucional está
por estallar?
Alberto Fernández tiene la mejor ocasión, quizás
única, para construir su liderazgo planchando a los ultras de su promotora,
cualquiera fuese el destino de las causas judiciales que la tienen a mal traer,
por un lado; por otro, poniendo en caja al empresariado "nacional"
que se la gasta (a él) tan mal como lo hicieron con Macri. Esto dicho,
asumiendo que populistas y neoliberales son dos caras de la misma moneda.
Obviamente, el mismo reclamo de liderazgo superador debe ser ejercido por
nuestro gobernador Sáenz. Salta está corroída institucionalmente y la mitad de
su población resignada a la pobreza. Las condiciones para un salto cualitativo
están dadas, pese a las nubes de tormenta.
Dos breves comentarios finales sobre la salud
pública y la educación, las cuales junto con la seguridad- son funciones
elementales de todo gobierno.
Es obvio que el principal motivo de la contundente
reacción gubernamental fue evitar lo de Italia, cuyo componente de indisciplina
social y corruptelas es muy similar al nuestro. La urgencia de adecuar salas,
camas, respiradores y vestimenta, se espeja con la bajeza mercantil de
escamotear productos y cobrar a precio de oro alcohol en gel y barbijos. La
contención del COVID-19 podría haber saltado por los aires por la mera
imposibilidad de detectar a tiempo la enfermedad. No sólo faltan reactivos sino
que contamos con un solo instituto en condiciones de practicar análisis! Ni
qué hablar de fabricar aquí una vacunal contra las gripes y endemias del mundo.
Descentralizar es un modo de federalizar.
En cuanto a lo educativo, está a la vista que por
falta de infraestructura y de preparación niños y jóvenes de establecimientos
públicos seguirán en notoria desventaja. Incluso no todos los colegios privados
pueden atender las exigencias de las currículas para no perder el año.
Transcurriendo el primer tercio del siglo XXI seguimos con modelos del siglo
XIX. El daño que esto ocasiona a largo plazo es equiparable al daño sanitario
sobreviniente.
La maldición del coronavirus debe tener por
principal consecuencia… que haya consecuencias. Es lugar común aquello de que
toda crisis encierra una oportunidad. Estamos en un punto de inflexión
histórica; ojalá sepamos darnos cuenta y aprovecharlo.
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