Felipe
Hipólito Medina
Lic. en
Ciencias Religiosas
Frente a un drama, el
hombre se defiende usando la ironía, las bromas y las burlas, en un intento de
mostrar una superioridad frente al peligro y a la situación crítica derivada
del mismo. Dentro de los memes, que se cuentan por miles, había uno que
mostraba un rostro de Cristo y decía, “¿en estas pascuas, suben ustedes o bajo
yo?”. La muerte sigue siendo un misterio muy difícil de descifrar y más duro de
aceptar. La Pascua representa para el mundo judeo cristiano un momento vital de
liberación del hombre frente a la esclavitud y a la muerte.
Liberación para el
pueblo elegido de la Antigua Alianza, que conmemora el paso por el mar Rojo,
dejando atrás el sometimiento de varias generaciones en manos de los egipcios,
conmemoración del nacimiento de la conciencia plena de pueblo frente a
conceptos individualistas, conciencia de pueblo elegido por Dios para
consolidar una nueva nación.
Liberación para el pueblo cristiano, que conmemora y
rememora la pasión, muerte y resurrección de Cristo, donde se abre un camino de esperanza para el
hombre nuevo, la muerte se concibe como un paso necesario para llegar a la
plenitud de la vida en Dios.
En el contexto de la
Pandemia provocada por el COVID-19, las
distintas religiones comenzaron a jugar un papel importante en aquellos lugares
donde sus pastores tienen una función más amplia que la guía espiritual y son
verdaderos actores sociales dentro del Estado. La iglesia católica liderada por
el papa Francisco, en Europa, sobre todo en Italia, tomó la posta de acompañar
a las autoridades de gobierno y a los expertos en temas de salud pública y
limitó sus eventos religiosos, tanto los eventos masivos como congresos, cursos
de retiros y los ritos de culto, celebrados en templos cerrados y sin
asistencia de fieles, llegando, en casi
todos los países afectados, incluido el nuestro, a suspender la asistencia de
los fieles a los oficios litúrgicos de Semana Santa. Instó a todas las Conferencias
Episcopales de los países afectados a acompañar a los enfermos, a los ancianos
y a los más desposeídos. Esta actitud no es nueva en nuestro país, pues, hace
casi 150 años, durante la peste amarilla, la iglesia también suspendió los
cultos masivos en Semana Santa, pero sus pastores no abandonaron la atención de
los enfermos, ni la ayuda económica a quienes trabajan por aliviar las secuelas
de la llamada fiebre amarilla.
En toda situación
grave, el hombre tiende a salvar a niños y mujeres, muchos hombres abandonaron
a sus propios padres, o mujeres a sus maridos. Pero sin descanso los curas,
frailes y religiosas brindaban consuelo a los moribundos. Alrededor de 80
clérigos fallecieron víctimas de la peste en Buenos Aires, sin contar otras
personas consagradas y laicos. A partir de ese período y hasta comienzos del
siglo XX la iglesia en Argentina floreció en servicios a huérfanos, viudas y
ancianos, con albergues y colegios, en una proliferación de nuevas congregaciones
religiosas, que llegan hasta nuestros días.
El papa Francisco e
incluso muchos obispos en el mundo se ven acosados por los sectores
conservadores, quienes los tildan de herejes por no permitir la asistencia de
los fieles a los ritos de Pascua. “Esto nunca pasó”, dicen algunos y llenan las redes de
improperios contra los religiosos. Otros dicen que es desafiar a Dios y no
tener fe en Él que todo lo puede. Algunas iglesias evangélicas, sobre todo en
el norte Italia, manteniendo esta postura de fanatismo, fueron las principales
fuentes de contagio del coronavirus. Otras
confesiones religiosas cristianas y de otros cultos optaron por obedecer los
consejos de los expertos en salud.
La Pandemia encuentra
a una iglesia católica debilitada por luchas internas y desprestigio social,
sin embargo, el papa Francisco, imbuido de un humanismo sin igual, y de una fe
sólida en el Evangelio de Cristo reaccionó con una rapidez inusitada para una
organización religiosa de movimientos lentos y acompañó a quienes luchan contra éste enemigo de modo
eficaz. Una peste de ésta magnitud, totalmente inédita, saca lo mejor y lo peor
de cada persona, de cada institución, sea pública o privada. Y el que entiende
la fe verdadera, sabe que Dios no hace milagros donde no hace falta, y permite
el mal porque, aún de allí, pueden surgir bienes mayores.
El discurso del
Pontífice en este tiempo ha acentuado enfáticamente, la misión de sus pastores y el compromiso con
el servicio de los más pobres, de los ancianos y de los enfermos, los excluidos
de esta sociedad que sólo valora al hombre por el éxito, por el poder, la eficiencia y el dinero. La iglesia tiene como misión en ésta gran
peste, no sólo de servir, como lo han hecho miles de sacerdotes y personas
consagradas junto a equipos de laicos en Europa, hoy muchos de ellos
contagiados o muertos. La Iglesia se convirtió en la necesaria conciencia ética para recordarles
que no se puede seleccionar quien vive o quien muere, por falta de recursos o
la falta de una seria estructura de salud pública, típica de las miserables
políticas públicas en ésta materia y de la tan mentada corrupción. Debe ser la
conciencia ética para instar a sus feligreses y toda la sociedad a respetar las
normas del estado en estas tristes circunstancias.
A Dios rogando y con
el mazo dando, decían las abuelas en su refranero popular, para recordarnos que
la fe no es tirarle toda la tarea a Dios y conformarnos sólo con rezar. Mucho
menos pensar que seremos castigados en el más allá por no asistir a los
rituales litúrgicos. Es la hora de la iglesia doméstica, la iglesia de la
familia, la iglesia en familia. La fe
cristiana, la fe en general no es magia; la magia es ilusión, la fe es
compromiso.
Muchos hablan del
planeta, nuestra casa común, que se
recupera porque hemos frenado el consumismo por decreto, que muchas familias
intentaron aprender a convivir y que no pocos hemos aprendido que la casa propia no es un
dormitorio solamente. Hubo y habrá problemas en muchos ámbitos en éste impase
del mundo, pero es una oportunidad para entrar en nuestra interioridad, en la
conciencia y el corazón. Es tiempo de sanación de la humanidad del humano.
Y la iglesia, como tantas instituciones,
incluidos los poderes políticos y sociales, tienen la gran oportunidad de
repensarse y redimirse en esta cuarentena. Pueden surgir los grandes hombres y
mujeres de la historia de los comienzos del siglo XXI. La Pandemia es prueba,
es don y tarea. “El que te creó a ti sin ti, no te salvará a ti sin ti”, decía
Agustín de Hipona. Saldremos de este tiempo de tribulación juntos como pueblo,
con rezos, sí; pero fundamentalmente, con responsabilidad social, prevención y
creatividad, con humanidad.
Gracias Felipe por tu artículo. Buen aporte al Grupo Salta. Abrazos.
ResponderEliminarRicardo