Felipe Hipólito Medina
Lic. en Ciencias Religiosas
Lic. en Ciencias Religiosas
Primero de Mayo es una conquista social para los trabajadores del mundo, sellado con la sangre de los
mártires de la humanidad que atraviesa cualquier barrera religiosa. Es la conmemoración de aquel 1 de mayo de 1886, cuando fueron ejecutados un grupo de obreros y sindicalistas, llamados hoy, los Martires de Chigaco, quienes organizaron una larga huelga para reclamar la reducción de la jornada laboral a ocho horas contra las doce o dieciseis horas a las que estaban acostumbrados. Esa fecha marcó un antes y un después para el mundo del trabajo sentando un precedente para casi todo el mundo. Otra conquista que se logra con la lucha, el sufrimiento, la resistencia y el martirio. Otra conquista que tal vez, podría haberse logrado con diálogo y encuentro, sin violencia.
El mundo del trabajo enfrenta hoy nuevos retos. La mentalidad reinante pone el flujo de las personas al servicio del flujo de capitales, provocando en muchos casos la explotación de los empleados como si fueran objetos para usar y tirar, y descartar (cf. Laudato si’, 123), nos lo recuerda el Papa Francisco, en su encíclica Laudato sí. El flujo del capital no puede determinar el flujo y la vida de las personas. Más allá de los problemas ocasionados por la tecnificación del trabajo y la sustitución de las personas por las máquinas, el trabajo en negro y otras injusticias, se ha agregado la problemática de
la precariedad del trabajo, sobre todo en el mundo de los jóvenes. Precariedad que se manifiesta en contratos leoninos, en salarios pobres semi-blanqueados y en el reciclado permanente de las personas en los puestos de trabajo. Acompaña esta precariedad un proceso educativo deteriorado, donde los estudiantes no se capacitan para afrontar el mundo del trabajo o para generar nuevas formas de subsistencia, sino para ser eternos estudiantes con programas distantes de la realidad y de la historia objetiva, con escasa o nula proyección de futuro. Algunos dirán, “lo que gano apenas cubre los gastos fijos de vivienda y alimento sin capacidad de ahorro”, provocando que una gran parte de la sociedad viva endeudada en las bicicletas crediticias, de donde casi nunca se sale bien parado. La vida de las personas no puede ser determinada por unos pocos que trabajando casi nada, se lleven todas las ganancias. Ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres.
Pedir justicia laboral no implica generar una nueva grieta entre trabajadores y empresarios, no deben ser antagónicos, al contrario, ambos son responsables de buscar generar espacios de trabajo digno y verdaderamente útil para la sociedad, y especialmente para los jóvenes. Nos recuerda el Santo Padre que uno de los flagelos más grandes a los que se ven expuestos los jóvenes es la falta de oportunidades de estudio y de trabajo sostenible y redituable que les permita proyectarse; y esto genera en tantos casos –tantos casos– situaciones de pobreza y marginación. Y esta pobreza y marginación es el mejor caldo de cultivo para que caigan en el círculo del narcotráfico y de la violencia. Es un lujo que hoy no nos podemos dar; no se puede dejar sólo y abandonado el presente y el futuro de la humanidad, y, para eso, dialogo y encuentro es la única manera que tendremos de poder ir construyendo el mañana, ir tejiendo relaciones sostenibles capaces de generar el andamiaje necesario que, poco a poco, irá reconstruyendo los vínculos sociales tan dañados por la falta de comunicación, tan dañados por la falta de respeto a lo mínimo necesario para una convivencia saludable”.
Se ha impuesto el nuevo y viejo paradigma de la utilidad económica como principio de las relaciones personales. Nos lo recordará el Papa, también, “la mentalidad reinante, en todas partes, propugna la mayor cantidad de ganancias posibles, a cualquier tipo de costo y de manera inmediata. No sólo provoca la pérdida de la dimensión ética de las empresas sino que olvida que la mejor inversión que se puede realizar es invertir en la gente, en las personas, en las familias. La mejor inversión es crear oportunidades”.
Dentro de la precariedad laboral podemos mencionar los casos vinculados al populismo latinoamericano reciente, donde una gran parte de la población es rehen de las políticas de dádivas sin contraprestación laboral o de servicios. Lo que se lanzó como un paliativo frente a emergencias alimentarias o de salud y vestido, se convirtió en costumbre y miles de ciudadanos esperan el día mensual donde el estado deposita su óvolo sin más trabajo que hacer la cola frente a un cajero automático. Lo que sería interesante hacer un estudio psicosocial para ver la repercusiòn que tiene en la gente esta nueva especie de dependencia de estado y en no pocos casos, una nueva esclavitud política. El trabajo no es sólo para recibir una paga, hace a la dignidad misma de la persona, y ese método populista va erosionando la dignidad de la persona y atrofiando la creatividad para imaginar y generar nuevas formas de superación personal y de servicio a la sociedad. Un ciudadano con la autoestima baja, sin ocupación y con dependencia política del estado es tambièn la victima propicia para la delincuencia y el mundo de la droga. El trabajo dignifica, es saludable y es el mejor método para cerrar las grietas de uan sociedad agónica y cansada.
La memoria de trabajo digno conquistada el 1 de mayo, aún hoy es un anhelo o una expresión de deseo. En la era de las grandes comunicaciones se abren nuevas grietas por falta de diálogo cordial y de consenso. Es necesario crear nuevos paradigmas donde el hombre, la persona humana y su armonía existencial, sean el eje de la producción y las ganancias y no a la inversa.
Feliz memoria de los derechos de los trabajadores.
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