Felipe Hipólito Medina
Lic. en Ciencias Religiosas
“In God we trust” es una célebre frase que define al pueblo de Estados
Unidos de Norteamérica y está inscripta en sus billetes.
Cuando esta frase apareció en 1864 en una moneda de ese país, nadie
pensó que sería la misma moneda que hoy ante los vaivenes de la economía
mundial hace tambalear a los países emergentes y a los más pobres y que su
presencia en la vida de los hombres provoca una sensación de seguridad y
fortaleza. El dólar se definió como el patrón de medida para las importaciones
y exportaciones entre los países. Cuando la moneda fluctúa a nivel mundial en
muchos países del mundo no se modifican las cosas de manera súbita, pensemos en
la situación financiera de Bolivia y Brasil, sin ir a lejanos países de otras
latitudes.
No soy economista, pero puedo observar como en nuestro país desde hace
muchas décadas la moneda norteamericana se convirtió en el refugio seguro para
el magro ahorro de los sectores medios y bajos, algo que los poderosos del país
lo conocen muy bien. Los argentinos nos caracterizamos por guardar dólares bajo
el colchón o pelear por el sueño nacional de tener una segunda propiedad. Eso
para los que pudieron o pueden ahorrar.
Estas costumbres no son sanas para una economía organizada de un país
que quiere progresar. Guarda el pobre y guarda el rico, el rico se hace más
rico y el pobre no crece nunca. En Argentina, lo que ha crecido la pobreza, la
miseria, la precariedad laboral, las muertes de niños en gestación, y resurgió
en uno de los países más ricos en recursos naturales viejos males de la humanidad
como la desnutrición de madres, de niños y de jóvenes, y desnutrición
intrauterina. Se hizo visible también, el hambre real junto a serios y
evitables problemas sanitarios, que traen enfermedades ya desterradas, enfermedades
propias de la miseria.
Ninguna autoridad política de los tres poderes de la Nación salió a explicar
lo que pasa en el país. Pienso a la Patria como una pobre mujer desvalida,
expuesta en el escenario de un teatro contemplado por dos columnas de
espectadores con un pasillo como grieta en medio de la sala. Cuando sube el
dólar un sector se desespera por no generar más caos social y el otro aplaude
la desgracia como un logro de su gestión, aunque sea de tiempo pasado. De los
balcones del poder algunas asistentes celebran de pie la pobreza parada inerte
en el escenario y gritan victoriosas, mirando al sector angustiado, con la vieja
y gastada frase: “Yo se los advertí”, para luego bostezar y sentarse a esperar
otra escena de humillación a la Patria.
Los libros se quemaron, nadie tiene la respuesta total a la grave problemática
socio económica de nuestro país y a la paradojal imagen de su contradictoria
geografía humana, natural y urbana. Ningún Mesías político, ningún partido
político ni siquiera los grandes centros de estudios económicos tienen una
fórmula para resolver la zaga intrincada de la economía argentina. Nadie se salva
sólo.
Es necesario poner en juego una auténtica ética política, resucitar el espíritu
de la Nación por encima de los mezquinos intereses sectoriales. Los llamados
líderes sociales, políticos e intelectuales tienen el deber histórico de dar
una respuesta a todos los argentinos, pero de modo especial a los casi 15
millones de hermanos que viven por debajo de la línea de la pobreza.
Es fundamental un acuerdo político. Y es fundamental que algún líder o
algunos líderes tomen la posta de abrir el diálogo. No importa si es un
presidente, o un gobernador, un sindicalista, un empresario, un religioso, no
importa. Hay que comenzar a ponerse de acuerdo. Es necesario tomar conciencia
del momento histórico y dejar de pensar en la próxima reelección.
Sin unidad y consenso, sin diálogo y acuerdos no hay futuro previsible
para un país que tiene enemigos internos y externos con armas que no conocemos
y que no matan uno por uno, sino que generan verdaderos genocidios con la
multiplicación de la pobreza y la miseria.
Un país en serio se forja con valores, con solidaridad sin egoísmos, sin
sarcasmos, con políticas de estado a largo plazo y con unidad, fraternidad y
cordialidad. No hay otro camino, como decía José Hernández en el Martín Fierro
“Los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera
en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean los devoran los de
afuera”.
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