jueves, 10 de mayo de 2018

In God we trust – En Dios confiamos










Felipe Hipólito Medina
Lic. en Ciencias Religiosas











“In God we trust” es una célebre frase que define al pueblo de Estados Unidos de Norteamérica y está inscripta en sus billetes.

Cuando esta frase apareció en 1864 en una moneda de ese país, nadie pensó que sería la misma moneda que hoy ante los vaivenes de la economía mundial hace tambalear a los países emergentes y a los más pobres y que su presencia en la vida de los hombres provoca una sensación de seguridad y fortaleza. El dólar se definió como el patrón de medida para las importaciones y exportaciones entre los países. Cuando la moneda fluctúa a nivel mundial en muchos países del mundo no se modifican las cosas de manera súbita, pensemos en la situación financiera de Bolivia y Brasil, sin ir a lejanos países de otras latitudes.

No soy economista, pero puedo observar como en nuestro país desde hace muchas décadas la moneda norteamericana se convirtió en el refugio seguro para el magro ahorro de los sectores medios y bajos, algo que los poderosos del país lo conocen muy bien. Los argentinos nos caracterizamos por guardar dólares bajo el colchón o pelear por el sueño nacional de tener una segunda propiedad. Eso para los que pudieron o pueden ahorrar.

Estas costumbres no son sanas para una economía organizada de un país que quiere progresar. Guarda el pobre y guarda el rico, el rico se hace más rico y el pobre no crece nunca. En Argentina, lo que ha crecido la pobreza, la miseria, la precariedad laboral, las muertes de niños en gestación, y resurgió en uno de los países más ricos en recursos naturales viejos males de la humanidad como la desnutrición de madres, de niños y de jóvenes, y desnutrición intrauterina. Se hizo visible también, el hambre real junto a serios y evitables problemas sanitarios, que traen enfermedades ya desterradas, enfermedades propias de la miseria.

Ninguna autoridad política de los tres poderes de la Nación salió a explicar lo que pasa en el país. Pienso a la Patria como una pobre mujer desvalida, expuesta en el escenario de un teatro contemplado por dos columnas de espectadores con un pasillo como grieta en medio de la sala. Cuando sube el dólar un sector se desespera por no generar más caos social y el otro aplaude la desgracia como un logro de su gestión, aunque sea de tiempo pasado. De los balcones del poder algunas asistentes celebran de pie la pobreza parada inerte en el escenario y gritan victoriosas, mirando al sector angustiado, con la vieja y gastada frase: “Yo se los advertí”, para luego bostezar y sentarse a esperar otra escena de humillación a la Patria.

Los libros se quemaron, nadie tiene la respuesta total a la grave problemática socio económica de nuestro país y a la paradojal imagen de su contradictoria geografía humana, natural y urbana. Ningún Mesías político, ningún partido político ni siquiera los grandes centros de estudios económicos tienen una fórmula para resolver la zaga intrincada de la economía argentina. Nadie se salva sólo.

Es necesario poner en juego una auténtica ética política, resucitar el espíritu de la Nación por encima de los mezquinos intereses sectoriales. Los llamados líderes sociales, políticos e intelectuales tienen el deber histórico de dar una respuesta a todos los argentinos, pero de modo especial a los casi 15 millones de hermanos que viven por debajo de la línea de la pobreza.

Es fundamental un acuerdo político. Y es fundamental que algún líder o algunos líderes tomen la posta de abrir el diálogo. No importa si es un presidente, o un gobernador, un sindicalista, un empresario, un religioso, no importa. Hay que comenzar a ponerse de acuerdo. Es necesario tomar conciencia del momento histórico y dejar de pensar en la próxima reelección.

Sin unidad y consenso, sin diálogo y acuerdos no hay futuro previsible para un país que tiene enemigos internos y externos con armas que no conocemos y que no matan uno por uno, sino que generan verdaderos genocidios con la multiplicación de la pobreza y la miseria.

Un país en serio se forja con valores, con solidaridad sin egoísmos, sin sarcasmos, con políticas de estado a largo plazo y con unidad, fraternidad y cordialidad. No hay otro camino, como decía José Hernández en el Martín Fierro “Los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean los devoran los de afuera”.

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