Por Armando Frezze *
In Memoriam
Imaginar que
Internet y su universal base
de datos nos hará más inteligentes
o más
sabios, es tan falso como creer que los automóviles nos harán más educados. E
imaginar que tener auto, celular, PC, todos los electrodomésticos y un poco más
por las dudas, nos hará felices, también
resulta una clara mentira. Porque hoy, aunque tengamos mucho, nos falta
una oreja.
Nos falta
conversación,
diálogo, compañía que escuche. Hace poco
Leonor Arfuch escribió que la conversación es quizás la más corriente de nuestras prácticas, la cual por
no requerir habilidad especial, se
confunde con el habla. Podría enmendarse un detalle de ese concepto y decir que la conversación "era" una práctica
corriente. Hoy "la caja boba" de la TV encapsula a los mayores de treinta años, y a
los que tienen menos de esa edad los
cloroformizan los juegos de PC, navegaciones sin destino por Internet o
aislamientos por el estilo, y les impiden y les atrofian el ancestral ejercicio de la conversación. A lo
sumo, en su reemplazo sólo hay
charla, es decir parloteo superficial sobre cualquier tema (una
constante en las FM) y esa desmesura está matando la
conversación y sus frutos.
¿Quién
recuerda hoy sus reglas de oro? Eran tres: hablar poco, no
hablar de lo que no se sabe, y nunca hablar de uno mismo. La regla
primera, hablar poco, implicaba tener una oreja siempre dispuesta
para
escuchar al otro, que era lo más lo importante. Hoy sólo hablamos
de nosotros mismos, de nuestros problemas, de nuestros
objetivos, de nuestros éxitos o fracasos, de nuestra salud, pero poco nos interesa oírlo al otro.
Es que la conversación, tradicionalmente,
era una entrega y un encuentro y hoy parece ser un monólogo de
dos
**. El escritor Santiago Kovadloff ha subrayado con agudeza que,
en este siglo nuevo, las personas más que oírse en el hablar
se alternan en el decir, en un ejercicio de festiva incomunicación.
Porque
ni oyen ni escuchan ni se interesan; hoy
hace falta otra oreja ***. La política, la justicia, los parlamentos, las instituciones y las corporaciones,
las universidades y
los clubes, la familia y los amigos, parecen haber
perdido una oreja. Sería más
que
útil
recuperar la capacidad de escucha y reanudar la
conversación al modo tradicional; el primer ejercicio práctico,
casi
obligado, será decir lo menos posible la palabra "yo".-
(*) Publicado en la
revista “Raíces” número 34. Salta, 2005.
-----------------------
Notas
añadidas por Gregorio Caro Figueroa
(**) Refiriéndose a
las tertulias en Francia a comienzos de la segunda mitad del siglo XVIII, la
historiadora italiana Benedetta Craveri – nieta de Benedetto Croce – dice: “El
talento para escuchar era más apreciado que el talento para hablar, y una
exquisita cortesía frenaba la vehemencia e impedía el enfrentamiento verbal”.
De su libro “La cultura de la conversación”, (2001).
(***)
Eugenio D’Ors refiriéndose a la incapacidad de diálogo que atribuye a los
españoles escribió: “No llamemos así al juego de monólogos intercalados, por
instrumento de interrupciones más o menos bruscas. Ni tampoco a aquellos
interrogatorios, en que una de las partes, maquiavélica, extrae todo el jugo a
la otra y la hace largamente cantar,
sin descubrirse ella”. Añadió D’Ors: “No. Todo eso lo tenemos nosotros; pero
todo esto no es aún diálogo. El verdadero diálogo empieza allí donde, por medio
de la diserta palabra, se da y se recibe, y se recibe y se da con cierta
proporción, pero sin cálculo, en obediencia dulce a los sentimientos de la
humanidad, de civilidad, de curiosidad”. Concluye: “el hombre que habla en
monólogo, que da y no recibe, obra en función de Pensamiento dogmático. El que lo
hace, según los interrogatorios a que
nos referíamos, en que recibe sin dar, obra en función de Pensamiento político.
Pero el que entrega y recoge, y recoge entregando, y entrega recogiendo; el que
dialoga, en fin, obra en función de
Pensamiento filosósifo; éste, estrictamente, piensa” (De su conferencia “De la
amistad y del diálogo”, Residencia de Estudiantes. Madrid, 16 de febrero de
1914).-