martes, 10 de marzo de 2015

El filósofo de los muertos vivos

Ricardo N. Alonso

Doctor en Ciencias Geológicas (UNSa-CONICET)


En junio de 2014, falleció a los 89 años uno de los más grandes paleontólogos del siglo XX, el Dr. Adolf Seilacher. Famoso mundialmente por sus estudios sobre las huellas que dejaron los organismos desde la más remota antigüedad, fundó una disciplina a caballo entre la geología y la biología: la paleoicnología de  invertebrados, esto es el estudio de los signos vitales dejados  por los organismos pretéritos y especialmente la "morfodinámica de los organismos  fósiles". En ambas ramas de las ciencias de la vida y de la Tierra se destacó como un punzante pensador y filósofo. Su biografía pasaría desapercibida si no fuera por el hecho de que tuvo una estrecha relación con Salta, su universidad y sus académicos. 
Seilacher visitó varias veces Salta, especialmente en la década de 1990, brindó interesantes conferencias en la UNSa, y realizó numerosos viajes de campo al interior de la provincia. Estaba interesado en las rocas más antiguas las cuales conforman algunos de los núcleos de nuestras montañas. Dichas rocas son unas lajas verdes muy comunes de la geografía del norte argentino y se aprecian desde el borde de la Puna, pasando por los flancos que limitan los valles Calchaquí y Lerma. Son esos cerros verdes que se observan muy bien a lo largo de la Quebrada del Toro y la Quebrada de Humahuaca. Dichas rocas se formaron en un antiguo fondo oceánico y son el resultado de la acumulación de miles de metros de sedimentos marinos. 
Su gran interés radica en que pertenecen al límite entre el Precámbrico y el Cámbrico, y su antigüedad se remonta entre 500 y 600 millones de años atrás. Estamos hablando de un límite absolutamente valioso para comprender la evolución de la vida en el planeta. El momento en que se produce el “big bang” de la vida y surgen la mayoría de los planes anatómicos que perduran hasta la actualidad. Es el momento en que se dividen las aguas entre dos eones: el Proterozoico y el Fanerozoico. Entre la vida vieja y la vida nueva. Y es justo en ese momento, a fines del Proterozoico, en que aparece una vida sumamente extraña que no va a tener nada que ver con el mundo bacteriano anterior que se hunde en más de 3500 millones de años de antigüedad y con el mundo fanerozoico, con las formas de conchillas, los esqueletos externos, los invertebrados, y más tarde los vertebrados y las plantas. Vertebrados que desde primitivísimos cordados van a llevar hasta el hombre. Seilacher estaba profundamente interesado por una capa de vida en ese cambio de los tiempos a lo que se conoce como Fauna de Ediacara. 
Luego de recorrer los cinco continentes en busca de los orígenes, planteó una hipótesis revolucionaria que todavía se discute con gran énfasis en los centros académicos mundiales. Esa fauna, ciento por ciento extintas, eran formas globosas, unicelulares, gigantes, que vivían adheridas a un sustrato o tapiz bacteriano del cual no quedan registros, y que formaban parte de un reino completamente desaparecido al cual dio el nombre de Vendobiontas. Para él los organismos de Ediacara eran un enigma, ya que parecían objetos inflados, como los muñecos de Michelin y tenían tanto simetría bilateral (como la nuestra) o radial (como las de las medusas). Eran una especie de formas globosas estáticas rellenas por fluidos plasmodiales. Formas de vida de otro mundo. 
Se ha señalado con certeza que esta hipótesis es de suma importancia, puesto que pone de manifiesto que la vida en la Tierra no es una cadena de eslabones que conducen de manera determinista al ser humano o hacia la inteligencia, sino que la vida explora muchísimas vías alternativas sin tendencias preferentes. En el proceso de explorar estas vías, muchos linajes acaban extinguiéndose por multitud de causas posibles. Adolf Seilacher era un poliglota nato y dominaba numerosos idiomas, el alemán natal, inglés, español, árabe y era fluente además en ruso, italiano y francés. Dominar idiomas fue para él una necesidad por el enorme periplo de países que recorrió estudiando los orígenes de la vida. Además era un excelso dibujante y un verdadero artista a la hora de plasmar y dar vida propia a esas trazas vitales de los organismos fósiles que yacían encerrados en las rocas por cientos y miles de millones de años. Precisamente, tuvo repercusión mundial en revistas científicas (tapa en Science) y en todos los diarios del planeta, cuando anunció el hallazgo en la India de la traza de un antiquísimo gusano marino. Seilacher revisaba rocas en la región de Chorhat, en el centro de la India, cuando observó unas marcas irregulares sobre la superficie de una laja de arenisca marina. Si era cierto lo que estaba viendo se trataba de la huella dejada por el organismo más viejo del mundo: una cosa parecida a un  gusano de unos 1.100 millones de años de antigüedad. Las rocas se sometieron a la pesquisa de numerosos especialistas. Llegaron a la conclusión de que se trataba de organismos metazoarios, que se arrastraban por el lecho marino mediante movimientos peristálticos, esto es mediante contracciones rítmicas musculares. 
Es interesante comentar que los estudiosos de la biología molecular, entre ellos el español Francisco J. Ayala, habían calculado una antigüedad de 1.200 millones de años para la división evolutiva de los celomados dentro de las dos ramas que conducen a los anélidos por un lado y a los equinodermos por el otro. Ese gusano triploblástico sería nada menos que nuestro más antiquísimo tatarabuelo y por lo tanto motivo más que suficiente para prestarle atención. 
Sus estudios le valieron ser galardonado en 1992 con  el premio Crafoord, equivalente al premio Nobel, siendo  ambos entregados por la Academia de Ciencias de Suecia. El  premio Crafoord, que se otorga a disciplinas no contempladas en el Nobel,  es entregado por los reyes de Suecia y está dotado con 400.000  dólares y una medalla de oro macizo de 100 gramos. El Dr.  Seilacher fue profesor de numerosas universidades entre ellas  las de Baghdad, Moscú, Gottingen, Frankfurt,  Stanford, habiéndose desempeñado hasta el final de su vida en las de Tubingen (Alemania) y Yale (USA), en las cuales compartía un semestre. 
El premio le dio libertad económica y lo utilizó para montar una muestra itinerante por los museos del mundo que tituló “Arte fósil”. Dicha exposición consiste de una serie de grandes lajas que contienen formas de origen orgánico e inorgánico, tales como rastros de gusanos marinos que grabaron su cuerpo sobre el fango oceánico cientos de millones de años atrás. A veces el grado de conservación, la textura de los materiales, los relieves, los contrastes de color y las complejísimas formas, generan un tipo particular de arte. Las lajas provienen de remotos lugares de Australia, Canadá, Francia, Alemania, India, Italia, Japón, Libia, Namibia, Pakistán, Escocia, España y los Estados Unidos, regiones donde Seilacher buscó los signos más antiguos de vida. Durante la visita a la exposición, el Dr. Stephen Jay Gould, autor de magníficos libros de divulgación científica en el campo de las ciencias naturales dijo que era un agradecido del maestro Seilacher que le permitía aprender en la muestra que "el esfuerzo orgánico tenía tanta belleza como la forma orgánica". 
Tuve el raro privilegio de conocerlo, trabajar con él, escucharlo y aprender de su inmensa y generosa fuente de sabiduría.

2 comentarios:

  1. Gracias Pablo por tu comentario, se lo transmito al Blog para que Alonso responda. Me parece una pregunta muy válida y que enriquece.

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  2. Acabo de leer el artículo del Dr R. Alonzo me gustaría saber que sentido tiene el titulo del artículo y en particular, el uso que se le da a la palabra "filósofo" . Pablo Courreges
    La afirma arriba es solo porque subí el comentario, pero la reflexión corresponde al Profesor Courreges.

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