Ricardo N. Alonso
Doctor en Ciencias Geológicas (UNSa-CONICET)
En junio de 2014, falleció a los 89 años uno de los
más grandes paleontólogos del siglo XX, el Dr. Adolf Seilacher. Famoso
mundialmente por sus estudios sobre las huellas que dejaron los organismos
desde la más remota antigüedad, fundó una disciplina a caballo entre la
geología y la biología: la paleoicnología de
invertebrados, esto es el estudio de los signos vitales dejados por los organismos pretéritos y especialmente
la "morfodinámica de los organismos
fósiles". En ambas ramas de las ciencias de la vida y de la Tierra se
destacó como un punzante pensador y filósofo. Su biografía pasaría
desapercibida si no fuera por el hecho de que tuvo una estrecha relación con
Salta, su universidad y sus académicos.
Seilacher visitó varias veces Salta,
especialmente en la década de 1990, brindó interesantes conferencias en la
UNSa, y realizó numerosos viajes de campo al interior de la provincia. Estaba
interesado en las rocas más antiguas las cuales conforman algunos de los
núcleos de nuestras montañas. Dichas rocas son unas lajas verdes muy comunes de
la geografía del norte argentino y se aprecian desde el borde de la Puna,
pasando por los flancos que limitan los valles Calchaquí y Lerma. Son esos
cerros verdes que se observan muy bien a lo largo de la Quebrada del Toro y la
Quebrada de Humahuaca. Dichas rocas se formaron en un antiguo fondo oceánico y
son el resultado de la acumulación de miles de metros de sedimentos marinos.
Su
gran interés radica en que pertenecen al límite entre el Precámbrico y el
Cámbrico, y su antigüedad se remonta entre 500 y 600 millones de años atrás. Estamos
hablando de un límite absolutamente valioso para comprender la evolución de la
vida en el planeta. El momento en que se produce el “big bang” de la vida y surgen
la mayoría de los planes anatómicos que perduran hasta la actualidad. Es el
momento en que se dividen las aguas entre dos eones: el Proterozoico y el
Fanerozoico. Entre la vida vieja y la vida nueva. Y es justo en ese momento, a
fines del Proterozoico, en que aparece una vida sumamente extraña que no va a
tener nada que ver con el mundo bacteriano anterior que se hunde en más de 3500
millones de años de antigüedad y con el mundo fanerozoico, con las formas de
conchillas, los esqueletos externos, los invertebrados, y más tarde los
vertebrados y las plantas. Vertebrados que desde primitivísimos cordados van a
llevar hasta el hombre. Seilacher estaba profundamente interesado por una capa
de vida en ese cambio de los tiempos a lo que se conoce como Fauna de Ediacara.
Luego de recorrer los cinco continentes en busca de los orígenes, planteó una
hipótesis revolucionaria que todavía se discute con gran énfasis en los centros
académicos mundiales. Esa fauna, ciento por ciento extintas, eran formas
globosas, unicelulares, gigantes, que vivían adheridas a un sustrato o tapiz
bacteriano del cual no quedan registros, y que formaban parte de un reino
completamente desaparecido al cual dio el nombre de Vendobiontas. Para él los
organismos de Ediacara eran un enigma, ya que parecían objetos inflados, como
los muñecos de Michelin y tenían tanto simetría bilateral (como la nuestra) o
radial (como las de las medusas). Eran una especie de formas globosas estáticas
rellenas por fluidos plasmodiales. Formas de vida de otro mundo.
Se ha señalado
con certeza que esta hipótesis es de suma importancia, puesto que pone de
manifiesto que la vida en la Tierra no es una cadena de eslabones que conducen
de manera determinista al ser humano o hacia la inteligencia, sino que la vida
explora muchísimas vías alternativas sin tendencias preferentes. En el proceso
de explorar estas vías, muchos linajes acaban extinguiéndose por multitud de
causas posibles. Adolf Seilacher era un poliglota nato y dominaba numerosos
idiomas, el alemán natal, inglés, español, árabe y era fluente además en ruso,
italiano y francés. Dominar idiomas fue para él una necesidad por el enorme
periplo de países que recorrió estudiando los orígenes de la vida. Además era
un excelso dibujante y un verdadero artista a la hora de plasmar y dar vida
propia a esas trazas vitales de los organismos fósiles que yacían encerrados en
las rocas por cientos y miles de millones de años. Precisamente, tuvo
repercusión mundial en revistas científicas (tapa en Science) y en todos los diarios
del planeta, cuando anunció el hallazgo en la India de la traza de un
antiquísimo gusano marino. Seilacher revisaba rocas en la región de Chorhat, en
el centro de la India, cuando observó unas marcas irregulares sobre la
superficie de una laja de arenisca marina. Si era cierto lo que estaba viendo
se trataba de la huella dejada por el organismo más viejo del mundo: una cosa
parecida a un gusano de unos 1.100
millones de años de antigüedad. Las rocas se sometieron a la pesquisa de
numerosos especialistas. Llegaron a la conclusión de que se trataba de
organismos metazoarios, que se arrastraban por el lecho marino mediante
movimientos peristálticos, esto es mediante contracciones rítmicas musculares.
Es interesante comentar que los estudiosos de la biología molecular, entre
ellos el español Francisco J. Ayala, habían calculado una antigüedad de 1.200
millones de años para la división evolutiva de los celomados dentro de las dos
ramas que conducen a los anélidos por un lado y a los equinodermos por el otro.
Ese gusano triploblástico sería nada menos que nuestro más antiquísimo
tatarabuelo y por lo tanto motivo más que suficiente para prestarle atención.
Sus estudios le valieron ser galardonado en 1992 con el premio Crafoord, equivalente al premio
Nobel, siendo ambos entregados por la
Academia de Ciencias de Suecia. El
premio Crafoord, que se otorga a disciplinas no contempladas en el
Nobel, es entregado por los reyes de
Suecia y está dotado con 400.000 dólares
y una medalla de oro macizo de 100 gramos. El Dr. Seilacher fue profesor de numerosas
universidades entre ellas las de
Baghdad, Moscú, Gottingen, Frankfurt, Stanford,
habiéndose desempeñado hasta el final de su vida en las de Tubingen (Alemania)
y Yale (USA), en las cuales compartía un semestre.
El premio le dio libertad
económica y lo utilizó para montar una muestra itinerante por los museos del
mundo que tituló “Arte fósil”. Dicha exposición consiste de una serie de
grandes lajas que contienen formas de origen orgánico e inorgánico, tales como
rastros de gusanos marinos que grabaron su cuerpo sobre el fango oceánico cientos
de millones de años atrás. A veces el grado de conservación, la textura de los
materiales, los relieves, los contrastes de color y las complejísimas formas,
generan un tipo particular de arte. Las lajas provienen de remotos lugares de
Australia, Canadá, Francia, Alemania, India, Italia, Japón, Libia, Namibia,
Pakistán, Escocia, España y los Estados Unidos, regiones donde Seilacher buscó
los signos más antiguos de vida. Durante la visita a la exposición, el Dr.
Stephen Jay Gould, autor de magníficos libros de divulgación científica en el
campo de las ciencias naturales dijo que era un agradecido del maestro
Seilacher que le permitía aprender en la muestra que "el esfuerzo orgánico
tenía tanta belleza como la forma orgánica".
Tuve el raro privilegio de
conocerlo, trabajar con él, escucharlo y aprender de su inmensa y generosa
fuente de sabiduría.
Gracias Pablo por tu comentario, se lo transmito al Blog para que Alonso responda. Me parece una pregunta muy válida y que enriquece.
ResponderEliminarAcabo de leer el artículo del Dr R. Alonzo me gustaría saber que sentido tiene el titulo del artículo y en particular, el uso que se le da a la palabra "filósofo" . Pablo Courreges
ResponderEliminarLa afirma arriba es solo porque subí el comentario, pero la reflexión corresponde al Profesor Courreges.