jueves, 17 de marzo de 2011

La prohibición de la ONU y el coqueo en la Argentina

RICARDO N. ALONSO, Doctor en Ciencias Geológicas (UNSA-Conicet)
El Tribuuno de Salta; 14 feb 2011

La ONU pidió que se elimine el coqueo, esto es, el consumo ancestral de la hoja de coca. No me interesa traer a colación los conocidos argumentos de que si el vino es malo o es causa de accidentes, entonces habría que prohibir la uva; o que si el cigarrillo da cáncer a los fumadores luego de varios miles de atados, entonces hay que prohibir el tabaco. O en sentido contrario, de que los gringos deberían prohibir la Coca-Cola, o dejar de mascar tabaco, o dejar de comer hamburguesas y toda la comida chatarra. Aquí la cosa pasa por la ignorancia. Estos personajes, que se ocupan del narcotráfico a nivel internacional y que viven en los países que tienen el mayor consumo del mundo de estupefacientes, desconocen que en nuestra región andina el coqueo se remonta al período Holoceno. Nuestros pueblos, en aquellas lejanas épocas, ya habían descubierto la importancia de la hoja de coca y de la utilización de sustancias alcalinas para una mejor lixiviación de los alcaloides contenidos en la hoja. Usaban ellos la hoja de la coca y la yista, que preparaban con cenizas de plantas y otras sustancias carbonatadas y bicarbonatadas.

En el Perú se encontró un lugar (Valle de Nanchoc) con evidencias de hojas de coqueo y yista que datan de 8.000 años antes del presente (6.000 años antes de Cristo), asociado a habitaciones y fogones. O sea, en los Andes Centrales de América del Sur coqueamos (con yista incluida) desde hace 8.000 años, cuando los americanos del norte estaban corriendo desnudos delante de los búfalos. El hallazgo de esa coca tan antigua, las evidencias de que fue masticada y de que se usó yista para su lixiviación alcalina fue realizado por el Dr. Tom D. Dillehay y su equipo del Departamento de Antropología de la Universidad de Vanderbilt, Nashville, en Estados Unidos. Dillehay publicó un interesante trabajo en la revista científica Antiquity N§ 84 (2010), págs. 939-953, titulado “Early Holocene coca chewing in northern Peru” (“El masticado de la coca en el Holoceno temprano del norte del Perú)”, junto a un grupo de colaboradores americanos, peruanos y chilenos. Es decir que desde hace -al menos- ocho mil años los americanos del sur en el espacio andino mastican coca. Y lo hacen porque es una costumbre cultural, ancestral, arraigada profundamente en el ser andino. Costumbre que se transmite de padres a hijos. Que está en el nacimiento y en la muerte, en los festejos y en las alegrías, en la meditación profunda, en el remedio y en la enfermedad, en las penas y en las tristezas, en la magia y en el rito, está en todas partes, transversal y verticalmente: omnipresente. Para el hombre de campo, para el trabajador, para el minero, la coca es amiga y compañera, es confidente de penas y glorias, es parte íntima de su ser. Por todo ello, la legislación argentina, sabedora de la importancia ancestral de la coca en las culturas del NOA, sabiamente fijó el artículo 15 de la ley 23.737, en el que no se considera la hoja de coca en su estado natural, destinada a la práctica del coqueo o como infusión, como un estupefaciente. Evidentemente, los muchachos de la ONU -que no merecen ningún respeto de mi parte- confunden aserrín con pan rallado.

Franklin Pease, mi gran amigo fallecido en Perú, una de las mentes más luminosas en el estudio del mundo incaico y colonial español, me comentó sobre el impacto que tuvieron en su momento las ordenanzas del virrey Toledo, liberando el consumo de la coca al pueblo en general, a contrario sensu de la clase dominante inca, que tenía el control y monopolio de su uso como hoja sagrada. Si la hoja era buena, entonces debía ser buena para todos, pensó el virrey. Obviamente, ya tenía datos sobre su importancia contra la sed, el hambre, la hipoxia y la fatiga, todo lo cual redundaba en el trabajo en largas jornadas, principalmente en las faenas agrícolas y mineras en el espinazo andino. Además era buena para manejarse en las alturas.

La reacción no se hizo esperar, y a la par de que el pueblo comenzó a consumir la hoja de coca los nobles la abandonaron. Por ello hoy en día, en Perú y Bolivia, sólo consumen hojas de coca la clase baja, el cholaje pobre, el campesinado. No así la clase que se considera media a alta.

En cambio en el norte argentino, el consumo es transversal y vertical. La consume desde el peón del surco hasta quienes tienen raíces aristocráticas, desde el más encumbrado político o empresario hasta el más simple trabajador.

Las estatuillas antropomorfas de oro y plata que se encontraron con los niños del Llullaillaco muestran claramente la imagen del acullico en un costado de la cara. Las chuspas o bolsas que acompañan los cuerpos de estos chicos incas contienen también hojas de coca de uso ceremonial. O sea que en Salta y gracias al incanato, se coquea desde hace, al menos, 500 años. El coqueo fue estúpidamente prohibido durante la última dictadura militar en Argentina. Ello llevó a que la gente buscara en nuestros cerros una de las 230 variedades de coca que se conocen en América, a la cual llaman “acha-coca”. Porque nuestros ecosistemas son aptos para las plantas de coca, al punto que los jesuitas las plantaron en La Caldera y en Calilegua en el siglo XVIII y todavía quedaban plantas a mediados del siglo XIX, como rezan los trabajos de los primeros boletines agrícolas del país

La revista salteña Kallawaya, del Instituto de Investigaciones en Antropología Médica y Nutricional, dirigida por el Dr. Néstor H. Palma, en su último número especial N§ 16-17 (2009-2010; 84 p.), salió completamente dedicada al tema de la hoja de coca y el coqueo. Allí escriben científicos argentinos, especialmente antropólogos, sobre el valor de la hoja de coca y la práctica ancestral del coqueo en la historia y en la cultura andina. Entre ellos, Eugenia Flores escribió sobre el gusto, la costumbre y la utilidad de la hoja de coca en relación con sus usos sociales en Salta. La Dra. Olga Pretti, sobre las lesiones bucales por el uso de la coca. Las antropólogas Mirta Santoni y Graciela Torres, sobre la historia de la coca en América y su masticación.

Finalmente, el Dr. Carlos M. R. Sorentino y quien suscribe analizaron químicamente por metales pesados los distintos tipos de yista que se usan en Salta. Tal vez quien mejor resumió la historia de la coca para el hombre andino fue Ciro Alegría cuando escribió aquello de: “La coca es buena para el hombre, para la sed, para la fatiga, para el calor, para el frío, para el dolor, para la alegría, para todo es buena. Es buena para la vida. A la coca le preguntan los brujos y quien desea catipar; con la coca se obsequia a los cerros, lagunas y ríos encantados; con la coca viven los vivos, llevando coca entre las manos se van los muertos. La coca es sabia y benéfica”.

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