Por JULIO MORENO, Contador Público Nacional
(El Tribuno/Salta - Marzo/2011)
En recientes declaraciones el futuro Presidente de la Unión Industrial Argentina, José Ignacio De Mendiguren, hizo mención a que debemos cambiar la matriz (modelo) productiva de Argentina, si queremos mejorar la distribución y que “el salario vuelva a participar en forma permanente del 50% del ingreso nacional, introducir las nuevas tecnologías y que no exportemos soja sino biocombustibles”, advirtiendo a los candidatos que aspiran a un voto, que deberán dar respuesta a la pregunta de cómo vamos a integrar a Jujuy con la Capital Federal que tiene una renta per cápita de Bélgica y el interior del país de Africa.
Argentina debe planificar un desarrollo estratégico en el largo plazo. La reconstrucción de la industria o el cambio de la matriz o modelo productivo será clave en un proyecto de sociedad incluyente, en donde el empleo de calidad y la distribución de la riqueza sean los objetivos centrales de este proyecto.
Sabemos que la desocupación creció a partir de la segunda mitad de la década pasada, alcanzando su punto más elevado durante la crisis de 2001 y 2002. A partir de estos años la economía inició un proceso de recuperación de empleos, pero esto no alcanzó para disminuir la pobreza, ya que existe una gran cantidad de trabajadores pobres.
Por eso cabe concluir que hemos reducido la desocupación pero no la pobreza y una de las causas que explican este fenómeno es que no hay empleos de calidad que garanticen buenas remuneraciones. Todo esto sin considerar a la inflación que también contribuye a aumentar la pobreza.
Hacer un buen diagnóstico
Para poder hacer un buen programa productivo estratégico, primero debemos hacer un buen diagnóstico. Argentina está dividida en tres secciones: a) los grupos urbanos de consumo y servicios, donde funciona el núcleo de la industria manufacturera, que incluye a Capital Federal, el Gran Buenos Aires, Córdoba y Rosario; b) la pampa húmeda con su producción agropecuaria y las industrias y servicios asociadas, y c) las economías regionales.
Todas estas secciones han crecido, ya sea por el aumento del consumo interno generado principalmente por el gran gasto del sector público y por los aumentos de los precios internacionales de los productos agrícolas que producimos. Sabemos que esta bonanza no durará mucho tiempo, y es por eso que debemos replantear rápidamente el modelo productivo que queremos.
En base a esta realidad, el desafío debería estar dirigido a estimular la reconversión productiva y generar nuevos bienes y servicios, es decir generar mayor valor agregado a lo que producimos (productos primarios), e incorporar a la producción mayores insumos tecnológicos para poder competir con nuestros productos en el mundo.
Para ello es necesario que nuestro país tendría que eficientizar las instituciones de desarrollo, para planificar y controlar la implementación y el financiamiento de las políticas de reconversión.
La política industrial tiene que ser la base para modificar la matriz productiva, siendo el sector público nacional y provincial junto al sector privado, la clave en la determinación de los procesos de desarrollo, pensando en un proyecto de país a largo plazo, con pleno empleo y justicia distributiva.
No equivocarse al elegir
Se puede afirmar que existen dos formas de incentivar el desarrollo industrial. La primera -llamada de tipo horizontal-, que sólo se limita a corregir determinadas distorsiones del mercado, como por ejemplo las dificultades de acceso al crédito para determinado segmento de empresas o la carencia de mano de obra o la falta de personal capacitado para realizar trabajos específicos.
La segunda -y más importante estratégicamente, que no tiene nada que ver con la primera- es la que busca generar y estimular una nueva estructura productiva, es decir, cambiar la matriz.
Para entender mejor el modelo que busca crear una nueva matriz productiva es interesante mencionar la que aplicó Japón cuando el Gobierno decidió incentivar las industrias que necesitaban empleo intensivo de capital y tecnología, en actividades como las del acero, la refinación de petróleo, la maquinaria industrial de toda clase y la electrónica. Por supuesto, en el corto plazo no cerraba la apuesta, ya que Japón no produce las materias primas para abastecer a estas industrias. Pero en el mediano y largo plazo estas actividades fueron las que más crecieron. El progreso tecnológico en estas empresas fue rápido y dinámico, lo cual permitió que tenga mano de obra capacitada y de mucha productividad.
Quizás este ejemplo explica por qué su economía y el ingreso per cápita de los más de cien millones de habitantes de este país está entre los cinco primeros del mundo (hoy desgraciadamente desbastado).
Con otro ejemplo, quiero referirme a una contradicción en la toma de decisiones estratégicas. A fines de los 80, mientras América Latina aplicó políticas para reducir o limitar los alcances de su política industrial, muchos países del sudoeste asiático las profundizaron, siendo los resultados opuestos.
En 1980 América Latina participaba con el 7% del producto industrial mundial; y en el 2005 esta participación se redujo a menos del 5%. En cambio, los países del este asiático (sin incluir China) pasaron del 4% al 12% en ese mismo período.
Nuestro país siempre ha sido objeto de estudio y comparaciones de varios investigadores y analistas económicos, haciendo mención al modelo de desarrollo que utilizó Japón solamente con recursos humanos y sin recursos naturales, y que después de una devastadora guerra llegó a ser la tercera economía del mundo. En cambio Argentina, que tiene los recursos naturales, no pudo ser potencia. ¿Será porque nuestros recursos humanos no son compatibles con los recursos naturales?, ¿o éstos han sido demasiados apetecibles que no permitieron cambiar la matriz productiva? Lo podremos hacer ahora.
Pensando el futuro regional desde el disenso. Las ideas expresadas son exclusiva responsabilidad de los autores. De ninguna manera reflejan una opinión grupal, colectiva ni tampoco del administrador del Grupo.
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