Ricardo N. Alonso
Doctor en Ciencias
Geológicas (UNSa-CONICET)
Dado que la geografía
es de naturaleza fractal la línea recta nunca puede ser un límite natural. De
allí entonces que la delimitación de territorios haya seguido desde muy antiguo
accidentes fisiográficos tales como ríos, playas, montañas, cordilleras,
divorcio de las aguas (“divortium aquarum”), abras, entre otros. Los
territorios arcifinios son aquellos que tienen límites naturales. La palabra
arcifinio provine, según Corominas, del latín tardío y su etimología derivaría
de “arca” que es igual a mojón y de “finis” que es igual a límite. Arcifinio es
entonces un adjetivo que se aplica al territorio que tiene límites naturales y
que en general son fácilmente identificables. La Cordillera de los Andes es un
límite arcifinio que nos separa de Chile ya sea a través de las altas cumbres,
como también en la divisoria de las aguas y que convierten a la Argentina en un
país con hidrología de la cuenca del océano Atlántico y a Chile en un país con
hidrología de la cuenca del océano Pacífico. Esas altas cumbres, según el caso,
pueden estar representadas por montañas (ej., provincias de San Juan y Mendoza)
o por volcanes tal como ocurre en el noroeste argentino. El río Pilcomayo es el
límite arcifinio de Argentina con Paraguay, el río Paraná de Chaco y Formosa
con Paraguay, así como el río Uruguay es el límite arcifinio con Brasil y
Uruguay.
Hay veces en que no es posible encontrar rasgos naturales del relieve
que puedan servir de límites. Por ejemplo ¿Cómo podemos trazar un límite en una
llanura interminable como lo son el Chaco o la pampa? Se recurre entonces a
trazados artificiales tal como la línea recta. Una de esas líneas rectas es la
que separa Salta de las provincias del Chaco y Formosa y que fuera trazada en
1911 por el ingeniero geógrafo Mariano Sixto Barilari (1863-1947), con lo cual
quedó en la historia como la “Línea Barilari”. Algo parecido ocurrió con las
líneas rectas que se eligieron para separar tramos importantes de Jujuy y Salta
con Bolivia.
En el tramo de Salta, y especialmente en el departamento Santa
Victoria, hay numerosos accidentes geográficos propios del ambiente
morfotectónico de la Cordillera Oriental, tales como altas cumbres, abras y
ríos de montaña fuertemente encajonados. En cambio hacia el Este de Yacuiba se
sigue a rajatabla el paralelo de 22 grados sur hasta el Fortín D'Orbigny sobre
el río Pilcomayo. Donde el territorio es llano no se generan grandes
inconvenientes.
Ahora bien en el terreno montañoso, donde las altas cumbres, los
divorcios de aguas y las abras son atravesados por líneas rectas imaginarias
pueden presentarse problemas como ha ocurrido recientemente en Abra de Santa
Cruz, en el límite entre Salta y Bolivia. Allí una nueva demarcación geodésica
dejó para Bolivia la cabecera de un valle ciento por ciento salteño y argentino
por su geografía, fisiografía, hidrografía, demografía, raíces, historia,
infraestructura, y un largo etcétera. Salteños que han vivido allí por
generaciones, que han votado en Salta, que se atendieron en hospitales de
Salta, que enviaron sus hijos a escuelas de Salta, que tienen enterrados a sus
deudos en Salta, de la noche a la mañana pasaron a ser bolivianos por la magia
de un mojón artificial y no arcifinio.
Arcifinia es la cabecera del valle, son
las aguas que drenan hacia la Argentina, es el filo del cerro, es el abra en el
paso de la montaña. Lo demás queda librado a una interpretación del último
tratado de 1925.
Digamos que históricamente las guerras de territorio como la
que libró Chile contra Bolivia y Perú; las imprecisiones de los viejos mapas
usados como base y referencia (entre ellos el del geógrafo y naturalista
francés Victor Martin de Moussy o los del geólogo alemán Ludwig Brackebusch);
los laudos arbitrales, entre otros aspectos, dejaron un manto de dudas e
imprecisiones en la definición de los límites. Así pasaba con el Tratado de
1889 donde se mencionaban accidentes geográficos inexistentes o que estaban
desplazados decenas de kilómetros (ej., Porongal, Esmoraca).
Las intensas
negociaciones que se llevaron a cabo en la década de 1920, fueron prolijamente
reunidas por su principal artífice el Dr. Horacio Carrillo (1887-1955), quién
luego de ejercer como gobernador de Jujuy fue designado enviado extraordinario
y ministro plenipotenciario de la República Argentina en Bolivia. Allí le tocó
una ardua tarea de negociaciones con respecto al límite internacional lo que
dejó plasmado en el libro “Los límites con Bolivia” (Buenos Aires, 1925), del
cual atesoro la copia que perteneciera al geógrafo Romualdo Ardissone. Carillo
aborda con lujo de detalles los aspectos históricos, antecedentes,
negociaciones y otros asuntos que llevaron a la firma del tratado de límites en
el cual, tanto Argentina como Bolivia, tuvieron que ceder y compensarse
mutuamente para llegar a un acuerdo definitivo.
Yacuiba, por ejemplo, es una
ciudad de Bolivia que queda dentro de territorio argentino, con lo cual hubo
que generar una zona especial para que Bolivia ejerza allí su soberanía. Igualmente
Argentina cedió soberanía a Bolivia sobre los pueblos de Salitre, Sococha,
Yanalpa, Cuevas, Lagunillas y otros, mientras que Bolivia lo hizo por Los
Toldos a favor de Salta. Bolivia se quedó con la famosa “V” arcifinia que
forman los ríos Bermejo y Tarija, una región muy apreciada por su riqueza en
petróleo.
Recordemos que el propio Juan Domingo Perón llegó a la zona en 1931
como capitán del ejército argentino y pasó dos meses a lomo de mula colocando
hitos fronterizos con Bolivia. La anécdota refiere que Perón llegó tan cansado
y enfermo a Salta de uno de esos viajes que para sostener su rutina de
entrenamiento subió al San Bernardo y se “apunó”, según se relata en la
biografía que escribió Pavón Pereyra.
Es importante señalar quienes fueron los
hombres que tuvieron a su cargo la dura misión de lograr un acuerdo. Por un
lado el ya mentado Horacio Carrillo, distinguido abogado, escritor y político
jujeño, y por otro el doctor Severo Fernández Alonso, ex presidente de Bolivia
y tal como sostiene Carillo un “político experimentado, internacionalista
sobresaliente, diplomático de primera fila y uno de los más hábiles
representantes que Bolivia ha revelado” (p.140). Estamos hablando de hombres
estudiosos, de cancilleres eruditos. Invito a devorar las doscientas páginas
del libro de Carillo para ver cuál fue la filosofía que orientó a estos
notables juristas en donde primó el sentido común, el conocimiento geográfico y
el patriotismo sin tacha luchando ambos por la integridad holística de sus respectivos
territorios. Con respecto a la cuestión actualmente en boga simplemente me
remito a la página 174 donde dice: “Queda
para la Argentina toda la zona de Toldos y el valle y cuenca de los ríos Santa
Cruz y Santa Victoria…”. Las palabras valle y cuenca zanjan cualquier
discusión a favor de Argentina. O sea que más allá de la línea recta virtual e
imaginaria se impone la filosofía lógica del límite arcifinio fisiográfico que
es él que debe primar absolutamente en este caso.
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