lunes, 19 de marzo de 2012

El cinturón y el casco, herramientas necesarias de la seguridad vial


Dr. Armando Frezze, 19/mar/2012, para el tribuno de Salta

A comienzos de este mes El Tribuno publicó un informe que aportaba novedosos datos con relación al uso del cinturón de seguridad en el interior de la provincia: con excepción de la ciudad de Orán, en el resto de los distritos casi no se les exige a los conductores el uso correcto de ese elemento, en ocasiones sólo se invita a abrochárselo y como correlato, el número de multas por esa falta es notoriamente bajo.

El comportamiento descripto tiene sus semejanzas con lo que en la ciudad de Salta ocurre respecto de taxis y remises: podría afirmarse sin temor a errar que en promedio ocho de cada diez vehículos que prestan esos servicios tienen los cinturones de seguridad inoperativos, al menos los del asiento trasero.

En los casos, pocos, que el usuario reclama al conductor por esa circunstancia, este responde en clave argentina: en lugar de aceptar su descuido con honestidad y franqueza dice que la culpa es de otro. La versión más conocida afirma que los responsables son los empleados de los lavaderos, porque colocan los cabezales de los cinturones en la hendidura que separa el asiento del respaldo, lugar desde el cual a los pasajeros les resulta complicado sino imposible, al menos harto dificultoso encontrarlos. Esa lógica les permite, sin sentir culpas, ofrecer un servicio de transporte por una tarifa que garantiza al pasajero tanto el llevarlo a destino como el hacerlo con la mayor seguridad posible, pero excluyendo del concepto “seguridad” a los cinturones, que están presentes pero no disponibles.

La responsabilidad, en todo caso, es de los lavaderos de autos que escamotean esos elementos.

Pero los empleados de lavaderos no figuran con responsabilidades compartidas con los propietarios y los conductores de autos de alquiler en ninguna norma, los obligados a cumplirlas son estos últimos, cuando de seguridad vial se trata.

En todo caso, si alguna obligación compartida hubiera, lo será con aquellos funcionarios policiales y municipales cuyo deber es controlar el cumplimiento esas normas y sancionar su incumplimiento; y en las raras veces -cierto pudor impide escribir “nunca”- que detienen la marcha de un automóvil de alquiler con pasajeros para comprobar la existencia de elementos de seguridad que están obligatoriamente requeridos.

Pero la experiencia indica que detenerlos para esa verificación necesaria, en la mayoría de los casos no provocará el agradecimiento del pasajero sino que desatará su mal humor y hasta su ira, la que justificará con una catarata de razones comenzando seguramente con la que señala el perjuicio que le está provocando la demora, aunque muchos carezcan de apuro alguno.

Sin embargo el riesgo de no usar el cinturón de seguridad es real y es grave, pese a cierto mito urbano acerca de su inutilidad, cuando se circula a baja velocidad.

Para graficar cabalmente esa gravedad basta imaginar a ese pasajero renegón antes mencionado, parado en el borde de un natatorio público en la parte menos honda, donde la altura no excede el metro, tomando impulso con un par de zancadas y arrojándose con los brazos extendidos de cabeza a su interior.

Arrojándose como usualmente lo hace, sí, pero tirándose a una pileta vacía, sin agua ¿alguien dudaría que el golpe producido por la caída desde esa mínima altura y a velocidad casi nula, provocará lesiones que pueden, según el modo en que golpeen cabeza y cuerpo contra el fondo de cemento, llegar a ser muy graves?

No es muy diferente la altura desde donde caen motociclistas y ciclistas en ciertos accidentes viales, que les producen aciagas consecuencias en muchas ocasiones.

Es por eso que se exige uso de casco, es por eso que se exige el cinturón de seguridad.

Un choque a baja velocidad puede causar la apertura de una puerta y arrojar a su ocupante al pavimento, con similares resultados al de zambullirse en una pileta sin agua.

La ciudad de Salta tiene demasiadas esquinas que pueden contar historias suficientemente dolorosas, tanto como para motivar a taxistas, remiseros, funcionarios y pasajeros a sentirse integrantes de una sociedad más comprometida y preocupada por la seguridad de todos y cada uno de sus integrantes. Y actuar en consecuencia.

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