martes, 24 de abril de 2018

El nuevo rostro de la revolución


Felipe Hipólito Medina


Cuando analizamos los cambios de valores en la sociedad, uno puede estrellarse en la letra de Cambalache compuesto por Enrique Santos Discépolo en el año 1934, "hoy resulta que es lo mismo, ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, generoso, estafador...Todo es igual!, ­Nada es mejor! Lo mismo un burro que un gran profesor"
La sombra de Gramsci
 Sucede que existe en la cultura actual una fuerte influencia del pensamiento gramsciano. Pensamiento que tiene su origen con el teórico comunista italiano Antonio Gramsci (1891-
1937), quien trazó líneas para el necesario aggiornamento del comunismo. Desarrolló el concepto de que la toma del poder debe ser precedida por un cambio de la mentalidad de las personas. Con esta nueva visión, los intelectuales se convirtieron en combatientes; la enseñanza se convirtió en el arma más importante, y la escuela en el campo de batalla.

Para Gramsci, las masas deben deshacerse de los "prejuicios y tabúes", que son parte de la visión del mundo de la clase dominante. Así, nos damos cuenta de que la educación se va tornando cada vez más gramsciana. Es el nuevo rostro de la revolución, donde los militantes no deben pensar, solo sentir y ejecutar. Se trabajan las problemáticas sociales desde el nivel puramente emocional, de tal modo que las víctimas aparecen como victimarias y, a la inversa, los transgresores de la ley son sólo víctimas del sistema.
En este cuadro dantesco de la subversión de los valores donde la ley es una entelequia y sólo está pintada impera el consumismo absoluto que incluye también a las personas no solo como sujeto de consumo, sino también como un mero objeto.
Otras perspectivas
Podemos contemplar al mundo como un planeta errante. Pero no debemos resignarnos a una visión negativa, a un sentido trágico de la vida y del momento histórico. Es un momento desafiante para quienes pretendemos construir y escribir una nueva historia. Es un tiempo de esperanza.
Hay indicadores de que algo está cambiando y ello nunca justificará una contrarrevolución, mucho menos en el sentido de estigmatizar todos los cambios sociales y culturales. Es necesario discernir, aprender a escuchar, a observar, a contemplar.

En el cambio del siglo XIX al XX, las instituciones escolares, sociales, religiosas y deportivas acompañaron el paso de un siglo al otro y los procesos revolucionarios de ese tiempo. Surgieron sociedades de fomento, escuelas públicas y privadas, congregaciones educacionistas en la iglesia católica y en otras confesiones. Todo el mundo miraba al progreso con esperanza.

En cambio, en este paso al siglo XXI, estuvo y está signado por la revolución comunicacional que con las nuevas tecnologías alcanzó niveles impensados. Con ello, la globalización borró fronteras y jurisdicciones territoriales a no pocas instituciones, que veían desvanecer su poder de control sobre la formación de las conciencias.


Paradojas del siglo XXI
Un planeta errante lleno de paradojas, por un lado rico en nuevas tecnologías y potencialidades, pero al mismo tiempo en él, mueren antes de cumplir los 5 años más de 8 millones de niños por año, uno cada 3 segundos simplemente por ser pobres, según afirma un informe de la ONU. Donde, a pesar de los avances médicos que permiten una maternidad segura perecen por año 350 mil madres, el 99% en países en desarrollo, 1400 millones de personas no tienen electricidad y 2400 millones no tienen instalaciones sanitarias, 1000 millones padecen hambre.
A pesar de alta escolaridad en la Unión Europea el 22% de los jóvenes no tienen trabajo y el 50 % no termina el secundario y la mayoría de los jóvenes trabajan precariamente con sueldos pobres. Una nueva generación NI-NI, o mejor dicho NO-NO. A este fenómeno podemos sumarle el agravante avance de la droga - dependencia y el imperio del narcotráfico.
Nuestro continente sudamericano alcanza cifras alarmantes. Para los gramscianos esta situación es un sabroso caldo de cultivo de la revolución contra los valores de la sociedad occidental. No se acaba el tiempo ni el mundo tampoco. Pero hay un movimiento de cambio cuestionante.
Podríamos seguir dando indicadores de la crudísima realidad. Estamos en una bisagra de la historia, donde nuestra generación, la de los libros impresos, la Generación Gutenberg, debemos entregar la posta a la nueva Generación Net o Ciber.
A las puertas del futuro
Las instituciones, iglesias, escuela o clubes, las entidades intermedias, se encuentran incapacitadas para acompañar el cambio, muchas de ellas en profundas crisis de identidad o pérdida de autoridad. Muchas fueron heridas, y si quieren acompañar este proceso deberán hacer primero someterse a la autocrítica, a un reciclado a fondo, e intentar volver a sus propias fuentes para encontrar los objetivos perdidos. Los intelectuales, los que gobiernan, los que administran justicia, los que construyen las leyes, los que educan, deben pensar nuevos métodos de abordajes a las graves problemáticas sociales que plantean jóvenes desafiantes sedientos de la verdad y el bien. Jóvenes que pertenecen a una nueva generación que razona con una lógica no deductiva, con un pensamiento más práctico, con metas inmediatas. No están perdidos, es un mundo nuevo.
Algunos un poco trasnochados piensan que todo tiempo pasado fue mejor, y pretenden el retorno a la educación prusiana, al puntero y la obligatoriedad de la lectura, y a decir verdad, el tiempo pasado fue sólo un tiempo que no tiene retorno.
Ante el fracaso de las ideologías imperantes en el siglo pasado y su intento de reciclado, no pocos piensan en dar batalla con una contrarrevolución. No es necesaria, sólo se trata de acompañar este proceso de cambio con valores humanos, con sentido de trascendencia comprometida, pensando siempre que lo más importante es la gente, la persona humana y su dignidad.

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