sábado, 23 de febrero de 2013

EL HIERRO DE LAS MISIONES JESUÍTICAS

Dr. Ricardo Alonso, para El Tribuno

El padre Sepp se dio cuenta que había lugares donde el óxido estaba concentrado en costras ferruginosas de distinto espesor a las cuales los guaraníes llamaban tacurú o itacurú lo que venía a significar "piedra granuda o manchada"

A poco de desembarcar en América los conquistadores españoles descubrieron que los pueblos del continente no conocían el hierro. Sí, en cambio, habían hecho maravillas con la orfebrería del oro y de la plata, así como también con el cobre y el bronce utilizados en todo tipo de implementos. La metalurgia del hierro, mucho más compleja por el alto punto de fusión del metal, les había sido vedada. De allí que el aprovisionamiento de un metal esencial para el laboreo de las minas, la construcción de armamento, la labranza de la tierra y otras necesidades debía traerse desde España en largas travesías cruzando el océano y luego en extensas jornadas por selvas, desiertos y llanuras hasta las nuevas fundaciones. 

América del Sur poseía importantes reservas de hierro magnético (magnetita) en regiones de Brasil, Venezuela y en una franja de la costa chileno peruana. Pero estos depósitos comenzarían a explotarse muy tardíamente. Una de las regiones que adquirió extraordinario auge fue el territorio guaranítico ocupado hoy por Argentina, Brasil y Paraguay. 

Desde la llegada de los jesuitas a mediados del siglo XVI, hasta su expulsión por orden de Carlos III en 1767, esa región llegó a albergar más de 30 misiones o doctrinas para la reducción de los indios guaraníes. Las ruinas que han sobrevivido dan cuenta del esplendor y la organización alcanzada que despertó recelos en la corona española y en el papado. Allí los jesuitas, hombres esencialmente estudiosos, investigaron en profundidad la flora, la fauna, las plantas medicinales y la riqueza del suelo y del subsuelo. 

Con la piedra arenisca del lugar llevaron a cabo la construcción de iglesias monumentales como la de San Ignacio Miní y el complejo de edificios que la rodean, todo producto de una cuidada ingeniería y una fina arquitectura donde el indígena tuvo un papel fundamental. Efectivamente los guaraníes era un pueblo muy sensible a la música y a las artes con lo cual de la mano de los padres jesuitas aprendieron rápidamente a construir, tallar y grabar las rocas así como también a fabricar instrumentos musicales y arrancar de ellos bellas melodías. 

Fue en estos pueblos de las misiones donde el padre Buenaventura Suarez, con la ayuda de los indígenas fabricó telescopios utilizando las maderas de la selva y puliendo cristales de distintos tamaños con los cuales observó la luna y los planetas, calculó eclipses, se carteó con los grandes astrónomos de su época, publicó sus observaciones en el boletín real inglés; y más tarde su famosa obra, el Lunario, en Portugal. Y todo esto en el siglo XVIII, en medio de la selva, aislado del mundo científico de su época, en lo que constituye una página muy valiosa y poco conocida de nuestra historia astronómica colonial. Fue también en estas misiones jesuíticas que se imprimieron bellos libros y en donde todo, desde las letras talladas en madera, las tintas vegetales, el papel y el cuero pergamino de las tapas se fabricó en el lugar. Todavía quedan ejemplares de algunas de las obras que se editaron en las misiones como "De la diferencia entre lo temporal y lo eterno" del padre Nieremberg que fuera traducido al guaraní por el padre Joseph Serrano en 1705, o de la "Explicación del catecismo en lengua guaraní" que escribió el indígena Nicolás Yapugai bajo la dirección del padre jesuita Paulo Estivo y que fue impreso en la reducción de Santa María la Mayor en 1724. 

Los ejemplares sobrevivientes son hoy tesoros bibliográficos tasados en cifras millonarias por bibliófilos y especialistas. Ahora bien, las misiones proveían de alimentos gracias a los conocimientos de los jesuitas en las técnicas agrícolas y ganaderas. Pero para labrar la tierra, cortar y tallar las rocas de construcción, realizar implementos domésticos y otras necesidades hacía falta el hierro. Y el hierro era caro y venía de España. 

El padre Antonio Sepp (1655-1733), un jesuita tirolés, llegó a las misiones en 1691 y permaneció allí hasta su muerte dejando un enorme legado a las artes y a la ciencia. Lo que nos interesa rescatar en esta nota es que ante la necesidad de hierro que impedía el mayor progreso de las misiones se puso a pensar en cómo obtenerlo. 

La tierra misionera se caracteriza por su coloración rojiza, más precisamente rojo ladrillo. Ese color viene precisamente del óxido de hierro que actúa allí como colorante o cromóforo. Los suelos de ese tipo se conocen como lateríticos palabra que deriva del latín y significa ladrillo. Los suelos son a su vez el producto de la descomposición de los basaltos, la roca ampliamente distribuida como una amplia plataforma donde se generan las gargantas que dan lugar a las cataratas del Iguazú. Los basaltos se caracterizan por su composición química ferro-magnesiana. 

En el clima cálido y húmedo subtropical que impera en la región la roca se pudre y se descompone haciendo que el hierro se transforme en un conjunto de óxidos e hidróxidos. 

El padre Sepp se dio cuenta que había lugares donde el óxido estaba concentrado en costras ferruginosas de distinto espesor a las cuales los guaraníes llamaban tacurú o itacurú lo que venía a significar "piedra granuda o manchada". Dice Sepp: "Los indios llaman a esta clase de piedra itacurú, a causa de las rayas y las manchas que indican claramente que es ferrosa. Esta piedra se encuentra a poca profundidad así que no hay que minar y volar la roca como en Europa. Esta piedra se consigue al primer golpe de piqueta o martillo; sus vetas se encuentran en el césped debajo de la grana verde". 

Utilizando esta piedra itacurú y mezclándola con carbón vegetal en hornos especiales construidos al efecto, Sepp pudo conseguir colar hierro metálico en 1700. 

Con ese hierro se logró construir un gran número de objetos, algunos de los cuales se pueden observar en el museo de sitio de San Ignacio, tales como una cruz de hierro, cuchillos, tijeras, azadas y hachas. El mismo Sepp dice que fabricó más de dos mil hachas. Además fabricó un gran número de armas tales como lanzas, caños de mosquetes y cañones para defender a las misiones del ataque de los "fazendeiros" portugueses que irrumpían para llevarse guaraníes como esclavos para sus plantaciones. También comenta que sus músicos sabían "...fabricar cañones y cerrojos de fusil, taladrar tuercas, hacer relojes de sonería que dan las horas, las medias y cuartos de hora". 

Le corresponde al padre Sepp el enorme mérito de haber sido nada menos que el precursor de la siderurgia argentina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

En plena Pandemia, ¡A reformar la Constitución se ha dicho!

Lic. Félix González Bonorino Sociólogo Nos llega la noticia de que el Gobierno Provincial ha pesentado su propuesta de modificac...