miércoles, 28 de octubre de 2015

DIVORCIADOS Y VUELTOS A CASAR




Felipe Hipólito Medina
Lic. en Ciencias Religiosas







Siendo niños nos habían dicho que no podríamos ir a jugar con fulano o mengano, porque sus familias eran familias raras. ¿Qué tenían de raro?, estaban en pecado, eran divorciados o simplemente,  separados. Era suficiente para estigmatizarlos. Pocos sabían que algunos de sus miembros sufrían esta situación desde el dolor profundo que  produce la lejanía de Dios, el no poder comulgar. Eran pocos, estaban socialmente “señalados”.  Con los cambios sociales de los últimos tiempos, la cantidad de familias separadas, vueltas a casar o  ensambladas conformaron un variado mosaico. Ellos generaron nuevos paradigmas acerca de la familia. Quizás me atreva a decir que lo “raro” de nuestro tiempo sean las familias estables.
El Papa Francisco viene insistiendo en las instancias previas al Sínodo de los Obispos sobre la familia a celebrarse en Roma durante el mes de octubre próximo, en buscar soluciones para tantas conciencias atribuladas por circunstancias no pocas veces ajenas a la propia voluntad de un hombre o una mujer que se ve viviendo una situación irregular.
La Iglesia tiene una herramienta en el Código de Derecho Canónico basada en la teología del matrimonio, el recurso de la nulidad matrimonial, que no tiene nada que ver con la anulación del matrimonio, “lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mt 19, 3-6).
La nulidad matrimonial tiene que ver directamente con la celebración del matrimonio y sus causales, entre consentimientos viciados o impedimentos. que son alrededor de 28 ítems.  Y esta posibilidad de analizar la situación de un matrimonio que conoció la frustración o el fracaso, pueda encuadrarse en alguno de los ítems de nulidad,  estaba reservado a pocos, sea por la falta de información, por desinterés o porque existe un preconcepto que sólo está reservado a los ricos y famosos, o reyes y nobles europeos. Es una puerta abierta para todo bautizado. Siempre lo fue, pero el acceso a los complicados procesos canónicos hacía dudar a quienes intentaban acercarse. Obvio que todo proceso de nulidad tiene un cauce normal a través de los tribunales eclesiásticos.
Lo negativo de estos procesos es que tardaban mucho tiempo porque requerían una instancia final de Roma, como segunda instancia y tenían,  para algunos, un costo elevado. Conviene aclarar que, para quienes no podían pagar, se tramitaba con un certificado de pobreza.
El Papa Francisco, al comienzo de este año se dirigió al Tribunal de la Rota Romana en éstos términos, pidiéndoles,  “no encerrar la salvación de la personas dentro de las constricciones del legalismo. La función del derecho se orienta hacia la “salus animarum” –la salvación de las almas-, para que, evitando sofismas alejados de la carne viva de las personas en dificultad., ayude a establecer la verdad en el momento consensual”. Y el mismo Papa eleva la apuesta con su criterio pastoral y humanitario, cuando el 8 de setiembre de este año promulga dos documentos como “motu proprio” llamados ''Mitis Iudex Dominus Iesus'' e ''Mitis et misericors Iesus'' sobre la reforma del proceso canónico para las causas de declaración de nulidad de matrimonio, respectivamente en el Código de Derecho Canónico y en el Código de los Cánones de las Iglesias Orientales.
Las claves fundamentales tienen que ver con la rapidez del proceso, la pronta ejecución de la sentencia, en caso de resultar positiva. También transfiere la responsabilidad de la sentencia a los obispos diocesanos ayudados por sus asesores judiciales, como sentencia única si no hay apelación. E incluye la gratuidad del proceso como norma novedosa dentro de estas instancias.
Esta reforma surge de la realidad  que percibe la Iglesia, debido a una gran masa de católicos en situación irregular, cuyo matrimonio fue celebrado con vicios de nulidad. No es un cambio o una forma de relativización de la doctrina católica sobre el matrimonio cristiano. Es abrir una puerta a la paz interior, para quienes por razones de conciencia buscan perfeccionar un nuevo vínculo, estable y feliz.
En definitiva, es abrir el canal de la gracia de Dios a quienes añoran vivir plenamente la fe y la comunión dentro de la Iglesia. Preguntar no cuesta nada, y partir de ahora, el proceso y la sentencia definitiva tampoco.


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