Felipe Hipólito Medina
Lic. en Ciencias Religiosas
Siendo niños nos habían dicho que no podríamos ir a jugar con fulano o mengano,
porque sus familias eran familias raras. ¿Qué tenían de raro?, estaban en
pecado, eran divorciados o simplemente,
separados. Era suficiente para estigmatizarlos. Pocos sabían que algunos
de sus miembros sufrían esta situación desde el dolor profundo que produce la lejanía de Dios, el no poder comulgar.
Eran pocos, estaban socialmente “señalados”.
Con los cambios sociales de los últimos tiempos, la cantidad de familias
separadas, vueltas a casar o ensambladas
conformaron un variado mosaico. Ellos generaron nuevos paradigmas acerca de la
familia. Quizás me atreva a decir que lo “raro” de nuestro tiempo sean las
familias estables.
El Papa Francisco viene insistiendo en las instancias previas al Sínodo
de los Obispos sobre la familia a celebrarse en Roma durante el mes de octubre
próximo, en buscar soluciones para tantas conciencias atribuladas por circunstancias
no pocas veces ajenas a la propia voluntad de un hombre o una mujer que se ve
viviendo una situación irregular.
La Iglesia tiene una herramienta en el Código de Derecho Canónico basada
en la teología del matrimonio, el recurso de la nulidad matrimonial, que no
tiene nada que ver con la anulación del matrimonio, “lo que Dios ha unido, que
no lo separe el hombre” (Mt 19, 3-6).
La nulidad matrimonial tiene que ver directamente con la celebración
del matrimonio y sus causales, entre consentimientos viciados o impedimentos. que
son alrededor de 28 ítems. Y esta
posibilidad de analizar la situación de un matrimonio que conoció la
frustración o el fracaso, pueda encuadrarse en alguno de los ítems de
nulidad, estaba reservado a pocos, sea
por la falta de información, por desinterés o porque existe un preconcepto que
sólo está reservado a los ricos y famosos, o reyes y nobles europeos. Es una
puerta abierta para todo bautizado. Siempre lo fue, pero el acceso a los
complicados procesos canónicos hacía dudar a quienes intentaban acercarse.
Obvio que todo proceso de nulidad tiene un cauce normal a través de los
tribunales eclesiásticos.
Lo negativo de estos procesos es que tardaban mucho tiempo porque requerían
una instancia final de Roma, como segunda instancia y tenían, para algunos, un costo elevado. Conviene
aclarar que, para quienes no podían pagar, se tramitaba con un certificado de
pobreza.
El Papa Francisco, al comienzo de este año se dirigió al Tribunal de la
Rota Romana en éstos términos, pidiéndoles,
“no encerrar la salvación de la personas dentro de las constricciones
del legalismo. La función del derecho se orienta hacia la “salus animarum” –la
salvación de las almas-, para que, evitando sofismas alejados de la carne viva
de las personas en dificultad., ayude a establecer la verdad en el momento
consensual”. Y el mismo Papa eleva la apuesta con su criterio pastoral y
humanitario, cuando el 8 de setiembre de este año promulga dos documentos como
“motu proprio” llamados ''Mitis Iudex Dominus Iesus'' e ''Mitis et misericors
Iesus'' sobre la reforma del proceso canónico para las causas de declaración de
nulidad de matrimonio, respectivamente en el Código de Derecho Canónico y en el
Código de los Cánones de las Iglesias Orientales.
Las claves fundamentales tienen que ver con la rapidez del proceso, la pronta
ejecución de la sentencia, en caso de resultar positiva. También transfiere la
responsabilidad de la sentencia a los obispos diocesanos ayudados por sus asesores
judiciales, como sentencia única si no hay apelación. E incluye la gratuidad
del proceso como norma novedosa dentro de estas instancias.
Esta reforma surge de la realidad
que percibe la Iglesia, debido a una gran masa de católicos en situación
irregular, cuyo matrimonio fue celebrado con vicios de nulidad. No es un cambio
o una forma de relativización de la doctrina católica sobre el matrimonio
cristiano. Es abrir una puerta a la paz interior, para quienes por razones de
conciencia buscan perfeccionar un nuevo vínculo, estable y feliz.
En definitiva, es abrir el canal de la gracia de Dios a quienes añoran
vivir plenamente la fe y la comunión dentro de la Iglesia. Preguntar no cuesta
nada, y partir de ahora, el proceso y la sentencia definitiva tampoco.
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